Actitud, cambio y expectativas

Cuando los vientos del cambio y la innovación agitan la mar, las naves deben dejarse llevar al socaire del temporal y maniobrar con ligereza, con tensión y con compromiso. Son momentos en los que de nada sirven los títulos marineros, la antigüedad en el puesto o los galones de mando. En los momentos de dificultad y de cambio, sólo sirve una actitud positiva, flexible y resiliente.

Muchas veces escuchamos de una persona que lo que realmente nos parece muy positiva es su actitud. Alguna vez es un desprecio a sus capacidades y aptitudes. La mayoría de las veces es la alabanza de su compromiso, entrega, dedicación y esfuerzo. Es la auténtica medida del modo en el que una persona se enfrenta a la vida o cómo reacciona, por ejemplo, ante una situación de conflicto que se ha generado en la empresa en la que trabaja. Las circunstancias adversas miden la fuerza de la actitudpero más aún la calidad de la respuesta ante el reto que tenemos por delante.

Cuántas son las personas que se crecen ante una situación difícil, como el difícil momento de crisis por la que está atravesando la empresa en la que trabaja y que ha obligado a recortes de plantilla y a tener que asumir cada día más trabajo y responsabilidades.

Las circunstancias adversas miden la fuerza de la actitud.

Cuando Tony Robbins afirma “que cambiando nuestra expectativa por aprecio, el mundo cambiará al instante”, no hace más que estar dando prioridad a la actitud frente a otros atributos de la personalidad. No descarta los valores de la honestidad, integridad, espíritu de sacrificio, lealtad, etc; pero cree que la actitud es un poderoso instrumento de cambio, tanto de nuestra forma de ver y comprender el entorno, como de las acciones que debemos cometer para cumplir con nuestras obligaciones.

¿Qué es lo que quiere decir Robbins? Que el mundo cambia para cada persona sólo cuando el cambio se provoca desde su interior. Cuando revisa sus principios y valores. Cuando una persona le dice que no necesita ser motivado, lo que él le responde a toda la audiencia es que no se dedica a motivar a nadie, que es un error.

El hombre why

En cambio, Robbins se define como el hombre why (por qué). Justamente porque no para de hacerse preguntas y hacerle entender a la gente que también deben responder a ciertos interrogantes, que es lógico se les presenten con mayor o menor incidencia en diferentes momentos de la vida.

Destacan entre estas cuestiones que una persona puede plantearse, algunas muy simples, otras no tanto; pero en todo caso se dan una serie de preguntas tipo medio que todo el mundo quiere saber: ¿cuál es el motor de nuestras acciones?o ¿qué es lo que me mueve en la vida hoy y no hace diez años? La respuesta que Robbins da a todos sus seguidores es siempre la misma: cree firmemente que la fuerza más poderosa que mueve a las personas son las emociones.

Cuidado con centrar todo en el ámbito emocional dejándole un papel menor a nuestro pensamiento. La cuestión no es si hay que ser más emocional que mente fría o viceversa; sino que lo que realmente hace de una persona en armonía consigo misma y con el entorno es un cierto equilibrio entre ambas capacidades. En lo que Robbins insiste -y con razón- es que la fuerza impulsora que nos motiva proviene siempre de una o más emociones. También esto nos lleva a otro principio que debemos aplicar en nuestra vida: no actuar sin pensar, y menos pensar y no actuar.

El impulso lleva a reacciones desmedidas y que con facilidad generan crispación cuando no hieren sentimientos de otras personas. Generalmente el mayor impacto se produce a las del círculo más próximo de un individuo: su familia y amigos. Por algo el dicho cuánto más quieres más hieres, porque es la naturaleza humana que nos hace reaccionar y descargar nuestra ira, decepción, enfado, etc., con esa persona que está dispuesta a escuchar, cuestión para nada menor.

La otra parte de este necesario equilibrio es actuar sin dudas una vez hayamos focalizado como corresponde la acción que vamos a acometer. Pensar demasiado y ser lentos en la acción es tan malo como reaccionar a la primera sin pensar ni medir las consecuencias.

De ambos extremos que buscan el equilibrio, surge una de las competencias emocionales de mayor valor en las relaciones interpersonales: la actitud. Y esto lo vemos todos los días, desde el cartero, pasando por el portavoz de un partido en el Congreso de los Diputados, hasta el jefe que tenemos en el trabajo.

La actitud termina siendo una especie de catalizador entre ambas posiciones que caracterizan nuestro carácter y definen nuestra personalidad: la inteligencia y las decisiones críticas contra las emociones y la forma en cómo se gestionan nuestra reacción ante los problemas, obstáculos, retos, etc.

Cuando a la actitud le acompaña nuestra plenitud de consciencia sobre lo que queremos en la vida, entonces cobran sentido aquellos valores y principios que tenemos alojados en nuestro mapa mental y a los que recurrimos de manera automática una y otra vez todos los días de nuestra vida, no para juzgar; sino para diferenciar lo bueno de lo malo, lo posible de lo imposible, lo que vale la pena de lo que no, etc.

Cuando se cuenta con esa fuerza que nos da la actitud y sostenida por una motivación importante, empiezan a tener sentido muchas de las cosas por las que luchamos en la vida: familia, trabajo y protección de los nuestros. Lo mejor para ellos es lo mejor para cada uno de nosotros. Convertiremos en resultados positivos los esfuerzos que hicimos gracias a la actitud y la motivación. Entonces, toda nuestra existencia termina acomodándose a la realidad tal cual es, y no a la realidad que nos gustaría que fuera, porque de esta manera se sufre por el gran abismo entre deseos imposibles y realidades palpables.

Victor Küppers lo dice muy claramente: Estamos rodeados de personas serias, correctas y profesionales; pero hay otras que generan una sensación de olé, olé y olé”.

Hace referencia a que las personas somos como bombillas porque trasmiten; pero aclara que son  bombillas con patas ya que nos movemos por la vida. “Y hay personas que van a 30.000 watios y otras que van fundidas”.

No puedo más que compartir su visión, ya que es verdad que vivimos transmitiéndonos entre las personas diferentes tipos de sensaciones; pero al mismo tiempo estamos captando las sensaciones que nos trasmiten los demás. Parece una descripción física de un radiotelescopio que busca voces en el cosmos para acreditar que realmente existe vida en otros lugares del universo.

La conectividad requiere de la transmisión de un mensaje, que en la voz humana hace el doble papel de sensibilizarse y emocionarse para que la percepción de la otra persona sea lo más ajustada a las emociones y sentimientos del que ha emitido el mensaje. De esto se trata la comunicación humana. De esto se trata la manifestación material de la actitud cuando está entroncada con acciones y palabras que están determinando un compromiso, por ejemplo, de colaboración profesional entre los miembros del equipo y de éstos con la organización.

Artículo realizado por José Luis Zunni, director de ecofin.es y vicepresidente de Foro ECOFIN, en colaboración con Salvador Molina, presidente del Foro ECOFIN y autor de ‘Talentocracia. El poder de la Colaboración en la Era Digital’.

 

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