Desde esta tribuna siempre hemos procurado servir a la divulgación en el amplio espectro multicolor del liderazgo, tanto organizacional, como personal. Dos raíces que se cruzan en el alma interior de cualquier emprendedor, líder o directivo. Quizá por ello insistimos tanto en el pensamiento positivo y en la gestión de las emociones.
Hay temáticas que parecen más propias para un debate de psicología individual, cuando en realidad en el día a día de las organizaciones son las relaciones interpersonales las que predeterminan en un alto porcentaje el éxito o fracaso de la gestión.
Cada vez son más los estudios e investigaciones en psicología organizacional, en los que prestigiosos profesionales de diferentes universidades y escuelas de negocio del mundo, demuestran una y otra vez cómo han perdido presencia en el frío método cuantitativo por aspectos mucho más subjetivos, como la increíble fuerza de las emociones y cómo se gestionan en el liderazgo efectivo y entre aquellas relaciones señaladas.

Más pensamiento que expresiones.
Partimos de una metáfora, porque apelamos más que nunca a la imaginación. A un encuentro que tuve con un espíritu joven y abierto, no contaminado por las codicias mundanas, ni intereses que no sean más que llegar al corazón del lector de manera sincera y directa.
¿Ha sido verdad mi encuentro con una novel escritora o es sólo ficción? Ustedes lo deciden; pero en todo caso que sirva para explicar como hoy lo hago, en qué momentos nos viene la inspiración.
Una mujer que caminaba por la playa cara al mar y se decía así misma: “Emocionalmente estoy afectada; mentalmente, estoy agotada; espiritualmente, me siento muerta; físicamente, aún sonrío”. Eran imperceptibles sus palabras por el bajo tono de voz, más pensamiento que expresiones. Supe cuáles habían sido porque me lo dijo. Tenía la necesidad de confesar por qué estaba allí y un notorio interés en mantener una conversación con otra persona.
Esas palabras que cuántas veces nos las hemos dicho en voz baja; pero con firmeza, porque reflejaban nuestro estado emocional afectado por una circunstancia vivida o una secuencia de hechos que nos llevaron a ese tono débil espiritual.
¿Es que no nos ha sucedido alguna vez? ¿Es que podemos afirmar que jamás hemos sentido ese abatimiento espiritual que también nos quita la fuerza física como si nos sacaran sangre? Con frecuencia escondemos los sentimientos porque es difícil que otra persona los comprenda. Pero los sentimientos cambian, las memorias no. Nuestra memoria registra puede perdonar aunque no olvida.
No es infrecuente cometer un error de principiantes a pesar de la experiencia y los golpes que da la vida. Por ejemplo, cuando creemos ingenuamente que las personas se preocupan por nosotros de la misma manera que lo hacemos por ellos. Si miramos con una lupa, finalmente encontraremos las dos o tres, o quizás unas pocas personas más de nuestro núcleo más íntimo, personal y familiar que siempre mantienen el mismo sentimiento hacia nosotros. Nos vaya bien o mal.
En cuanto a estas personas que nunca fallan, nos debemos entregar al cien por cien; en cuanto a todas aquellas fuera de nuestras fronteras íntimas, nunca tomar decisiones firmes y permanentes sobre la base de sentimientos temporales.
La mujer anónima que paseaba en solitario era una escritora que aún no había finalizado su primera novela. Sabía que por más derrotada que se sintiese ese día, cuando a un escritor/a le gusta escribir, siempre habrá días en los que necesite más inspiración de una musa u otra fuente. Me decía esta mujer que “cuando más hundida se sentía mejor inspiración le venía al cuerpo”. Pero también más necesidad tenía de hablar con un extraño, porque es hablar en libertad. Porque la inspiración no es algo volátil o algo que se anhele; sino una parte integral de todo proceso creativo, el que incluye la escritura.
Esta joven necesitaba contrarrestar su mal momento espiritual con un poco de inspiración que proviniese de una fuente nueva, del contacto con ese extraño que para ella me había convertido y le estaba provocando algún recuerdo, ella misma me lo aseguró. ¿Por qué surgen esos recuerdos? La voz, la forma de hablar, de caminar, etc.
Son innumerables las madejas de lana que están ahí en nuestra memoria y que en algún momento hay que tirar del hilo adecuado para que salgan y limpien las heridas de los sentimientos actuales. En el caso de ella, le hacían andar por la playa uno y otro día con no más objetivo que estar en paz y sentir esa calma reparadora que se produce en nuestro interior.
A mí me sucede lo mismo, especialmente cuando estoy en un lugar público en el que hay mucha gente circulando, como un centro comercial, en el que me llaman tanto la atención los escaparates como el fluir de personas, conversaciones que se escuchan, risas, gritos, etc. A veces, estando sentado en una cafetería tomando notas, leyendo un libro, no puedes evitar escuchar una conversación de otras personas que las tienes en la mesa de al lado.
No sucede a propósito; pero con nuestra presencia de manera no intencionada lo hemos provocado: encontrar un diálogo, una expresión, unas risas, etc. que sirvan de inspiración o sencillamente que nos hagan transcurrir el momento.
Joseph Joubert (1754 -1824) fue un moralista y ensayista francés recordado sobre todo por sus ‘Pensamientos‘. Joubert decía que “nunca escribas nada que no te dé un gran placer; la emoción se transfiere fácilmente del escritor al lector”. Y yo agrego que cuando escribo pretendo transferir toda la emoción también a mis lectoras/es porque tenemos la necesidad de compartir ese diálogo y experiencias de manera casi secreta y anónima, porque no les conozco; pero les presiento. No puedo agradar a todos; pero sí que presienta el respeto de todas y todos. Este es la mejor recompensa.
Margaret Atwood (1939), que es una destacada poeta, novelista, crítica literaria, profesora y activista política canadiense, define con sencillez la profesión de un novelista afirmando: “Necesitas cierta cantidad de nervios para ser escritor“. Coincido de lleno porque tienes que emplearte a fondo como un atleta en los 1.500 metros para que ese sentimiento llegue al lector. Las emociones y sentimientos se transmiten, como dice Atwood, porque tenemos nervios que nos lo permiten.
Por eso Francis Bacon (1561-1626), que fue canciller de Inglaterra y un célebre filósofo, político, abogado y escritor inglés, padre del empirismo filosófico y científico, decía que “escribe los pensamientos del momento. Aquellos que vienen sin más, que nos son buscados; pero son los más valiosos“.
De ahí que la novel escritora de la playa tenía el presentimiento, como a mí me ocurre en los espacio públicos, que algo de lo que veía y escuchaba podía germinar en parte de la historia aún no escrita; pero que oportunamente encontraría espacio en las líneas y líneas que estaba escribiendo y de momento había interrumpido para dar el paseo matutino.
Sus pasos sobre el camino, eran a la vez pasos interiores sobre su diapasón emocional, que creaban ecos interiores en su alma. Los peregrinos de Santiago bien conocen ese doble avance en el camino físico y en el camino interior. Por ello, deseo a todos: “Buen Camino, peregrinos”.
Artículo realizado por José Luis Zunni, director de ecofin.es y vicepresidente de Foro ECOFIN.