Vivimos en una sociedad que nos ha venido señalando a lo largo de los años lo que está bien y lo que no. Digamos que es un proceso normal de evolución social, porque las costumbres se van adaptando a los nuevos tiempos. Hasta aquí nada que objetar. Es evidente que la educación en la misma base de la familia, sumada a la del colegio, nos han preparado suficientemente bien en conocer qué cosas podemos hacer y cuáles no.
Lo que sí es preocupante es cuando aún persisten entre nosotros tópicos (de los que debemos huir), así como dogmas (no muy amantes de la razón), que han quedado como un sello marcado a fuego a prueba del paso del tiempo. Uno de ellos: que la fe mueve montañas. Lo decimos continuamente. Pero la diferencia con no caer en el dogmatismo es que creemos firmemente en la acción humana, su determinación en base al carácter que demostremos tener y no una creencia vaga que por el solo hecho de tener fe, vamos a triunfar o cumplir determinado objetivo. Esto es engañarnos a nosotros mismos.
El problema al que siempre nos enfrentamos, y por lo que podemos ser llamados anárquicos, o también revolucionarios…o cosas peores, es cada vez que a lo largo de la vida empezamos de repente, a cuestionar algo que durante décadas (probablemente siglos ateniéndonos a las enseñanzas cristianas) formaba parte de la manera de ser de los pueblos occidentales, lo que siempre ocurre es que con este tipo de actitudes desafiamos al status quo. Probablemente hoy es más fácil hacerlo, en la sociedad del conocimiento y la información en la que vivimos. Pero tan solo diez años atrás, cualquier cuestionamiento podía considerarse inadecuado, incluso una impertinencia. Una falta de respeto.
Lo que siempre debe prevalecer, para que de verdad evolucionemos en cualquier sociedad y país, es la razón acompañada por una vestimenta adecuada de justicia social e igualdad de oportunidades. La razón por sí misma no es garantía de ecuanimidad. Solo cuando de su aplicación existen garantías de acciones justas, sean promovidas por personas, instituciones y/o gobiernos, entonces lo justo y lo objetivo se hermanan en beneficio de la comunidad. Por lo que, si nos hemos marcado una meta, como personas o como una organización, lo que hay que hacer es planificar adecuadamente qué acciones debemos realizar, el orden de prioridades que deberemos respetar para que no haya nada que pueda obstaculizar nuestra acción.
No solo es cuestión de fe, sino de orden. Y el orden no proviene de un espíritu divino, sino de nuestra capacidad de administrar adecuadamente los recursos de que disponemos, organizarnos bien y cumplir con los planes trazados.
Sin duda, la fe es un impulsor importante, pero de nada servirá rezar si no hay acciones bien implementadas. La fe nos proporciona seguridad. Esto es así, pero no ejecuta la acción. Está sobrevolando en nuestra mente y espíritu como si nos vigilara o nos deseara suerte, en todo caso, un gran intangible imposible de evaluar en solitario, solo si contribuye (la sensación que todo el mundo tiene) a darnos fuerza cuando nos decimos a nosotros mismos que la fe mueve montañas o que lo que estamos haciendo es una cuestión de fe.
La fe como instrumento de la acción
¿Es que estamos en contra de que una persona mire al cielo y pida por algo o alguien? ¡Pues claro que no! Lo que decimos es que si es una clara ayuda para alimentar su espíritu y darse fuerza (levantar el ánimo) para enfrentar determinado problema y/o reto que tiene por delante, ¡bienvenido sea! Lo que nos parece mal es que cualquier persona se engañe a sí misma, porque incluso el propio dicho “a Dios rogando y con el mazo dando” lo da a entender con absoluta claridad: porque por más que nos encomendemos al Señor, si no hacemos todo el esfuerzo de nuestra parte para lograr lo que pretendemos, inútil será.
Momento actual en que nos jugamos demasiado
Si bien toda época pasada tuvo su dificultad, en cualquier ámbito que queramos analizar, la actual nos está llevando a un nivel de complejidad tal, en el que se unen como nunca antes, la incertidumbre con la desesperanza. Sin duda, estar desesperanzados nos provoca un gran vacío que, sin duda, ante tanta adversidad, la fe es un remedio probado al que se adhieren millones de personas en el mundo. Porque lo que, no podemos hacer es caer como sociedades y personas en el derrotismo. Tenemos que evitar perder la esperanza, porque nos va a hundir como personas y comunidades.
No querer reconocer el importante papel que hace la Iglesia por levantar la llama de la esperanza, es de necios. Y lo hace más allá aún de que tengamos optimismo, lo cual es loable. Entonces habría dos cuestiones que tenemos que tener en cuenta: una a nivel macro social, en el que sabemos de los males que aquejan a la sociedad (incluyendo las guerras y especialmente todo tipo de ataque terrorista como los que estamos experimentando en las últimos semanas); el otro, el que más nos importa es a nivel individual, en ese plano estrictamente personal en el que no quieres que te salgan mal las cosas, no deseas perder la oportunidad que te da este nuevo trabajo, así como que tampoco quieres dejar de planificar tu vida en común con una pareja que llevas tiempo peleando por vivir una vida mejor.
¿Ha fracasado la Iglesia como institución? Podrá estar en horas bajas… pero quien diga esto es una soberana estupidez, ya que está avalada por 2.000 años de existencia.
Ha hecho muchísimo por los pobres y desposeídos del mundo. Ha trabajado en aras de la educación y una alimentación mínimamente sana en regiones africanas en la que pueblos enteros están, nunca mejor dicho, “de la mano de Dios”. Y es justamente “su mano”, a través de miles de misioneros y misioneras en todo el mundo, que a estas comunidades se les ha devuelto un sentido para vivir… un horizonte de vida mucho mayor que el que tenían hasta el mismo día de ayer.
Sin duda, estas personas educadas y formadas a través de las comunidades de misioneros que respetan las tradiciones y culturas ancestrales van a ser personas de bien, no generarán ni guerras ni conflictos por sí mismas, más cuando son solo los políticos y gobiernos corruptos los que con cierta frecuencia en África, deciden armar una nueva guerra civil como tantas ha venido teniendo en los últimos cien años el Continente Negro.
El ejemplo de la determinación y la fe que van de la mano en estas comunidades, da fuerza a esta tesis que, sin el trabajo fuerte, consistente, regular, sin desmayos, nada se consigue, ni para personas ni sociedades.
También otra cuestión capital: la fe y la religión pertenece a ese espacio privado de la persona. De su libertad de elección, de su dignidad como ser humano. En el plano individual cada uno es dueño de su vida. Este es el principio de libertad que nos gusta respetar. Que le hace bien la fe, que le alimenta el espíritu y le da fuerzas… ¡nada que objetar! En la medida que lo que mueva a la mente de esa persona sea un sentido de justicia, respeto, ecuanimidad, diferenciar claramente el bien del mal, jamás podremos oponernos a ello. ¡Faltaría más! Pero cuando todas estas personas estén consubstanciadas con la realidad actual, porque viven en el mundo, trabajan en él y ven a diario las dificultades para llevar adelante la lucha diaria y dar soporte a sus familias, nos daría muchísima pena que todo este esfuerzo lo atribuyan a haber tenido fe y a una mano invisible de Dios, porque estarían engañándose, quitando mérito a su propio esfuerzo y al de su pareja, si comparten casa e hijos.
Es solo el trabajo diario, sacrificio, dedicación, responsabilidad, entrega y compromiso consigo mismas como personas y con las organizaciones para las que trabajan, sea en el ámbito privado o en el público, lo que alimenta esa fuerza que se llama determinación, la que moverá desde pequeñas colinas hasta esas grandes montañas que todos en la vida en algún momento deberemos escalar.
Hay escaladas imposibles… otras más factibles que intentamos… pero en cualquiera de ellas, tendremos que demostrar valor más inteligencia, coraje más determinación, capacidad de adaptación y resiliencia, flexibilidad y comprensión de la situación de las otras personas, en suma: habrás movido o no páramos con desniveles importantes, atravesado tus particulares desiertos en los que te habrá hundido en más de una ocasión la desesperanza, pero solo habrá sido tu carácter, mejor dicho, la determinación de lo que es tu carácter, para no temer al reto, ni al problema ni a la dichosa incertidumbre.
Y te recordamos una cosa: tu carácter es innato. Te viene dado en tu ADN. La cuestión es saber realmente cómo eres, haberte testado en situaciones adversas, y ser consciente de cómo reaccionas frente al cambio, los imprevistos y los problemas. Esta adversidad que nos ataca por todos los flancos, nos da experiencia y, además, nos alimenta esta determinación (es el valor y fuerza que le das a la acción) que es la única que te llevará a la meta. Date cuenta de que, en definitiva, tu nivel de determinación va a ser proporcional al de tu esperanza. La diferencia es que, si actúas en línea con una mentalidad abierta y decidida, la determinación seguirá siendo tu movedor de montañas, no la fe por si sola. Saber diferenciar esto es sinónimo de éxito, o también, de estar en el camino correcto en este momento de tu vida.
Artículo coordinado por José Luis Zunni, presidente y CEO del Instituto Europeo Ecofin de Liderazgo (IEEL), director de ecofin.es, vicepresidente de Foro ECOFIN y autor del libro recién publicado ‘El Cubo del Líder’ (Ed. Kolima; disponible a la venta pinchando aquí), en colaboración con Salvador Molina, presidente de Foro ECOFIN y presidente honorario del Instituto Europeo Ecofin de Liderazgo (IEEL) y también autor del libro ‘El Cubo del Líder’.