Las personas siempre experimentan un sentido de culpa en algún momento de su vida. La culpa es un sentimiento que nos recuerda el grado de responsabilidad que tenemos por algo malo o incorrecto. Se origina en fuentes diversas, tal el caso cuando pensamos que hemos hecho algo mal o que hemos causado un daño a una persona del cual no hemos tenido ni la intención ni el motivo, pero ha ocurrido.
También suele suceder cuando no hemos tomado una decisión en el momento oportuno que nos ha llevado a no hacer nada, o como sucede en el ámbito político, actuar a destiempo y con frecuencia de manera desproporcionada.
Pero no tenemos que pensar que la culpa sea siempre un sentimiento negativo, porque a menudo es la razón por la que aflora el remordimiento, lo que nos lleva a los cambios en el comportamiento futuro y los sentimientos de empatía.
Sin embargo, la culpabilidad puede convertirse en un problema cuando no somos capaces de gestionarla de manera productiva, por lo que entonces no ayuda a cambiar el comportamiento. Se produce una acción en sentido contrario al surgir un sentimiento de culpa que invade nuestra mente (a nivel de la consciencia), provocando que la culpabilidad permanezca en nosotros y nos limite en cuanto a pensamiento y acciones.
Comprender la culpa productiva
La culpa puede convertirse en productiva y ayudarnos a crecer y madurar. Aprender de nuestro comportamiento cuando ofendemos o provocamos sufrimiento a otras personas, e incluso a nosotros mismos. Pero es este tipo de culpa el que realmente tiene un propósito, porque es el que nos permite reorientar nuestros valores y principios.
Cada vez que revisamos nuestro mapa mental y advertimos de la necesidad de adecuar ciertos principios a las circunstancias actuales, en una mayoría de situaciones el origen de dicho cambio se ha originado en los errores cometidos y en un mayor o menor sentimiento de culpa. Cuando esto ocurre, la culpabilidad ha funcionado productivamente porque ha provocado un cambio positivo en nuestra conducta.
A escala social, cuando convergen los principios y acciones de personas, organizaciones e instituciones, la manera en la que se regulan los actos de los ciudadanos tiene que ver con las necesidades regulatorios (derecho positivo) que una comunidad debe exigirse para una convivencia pacífica y de progreso. Obviamente, los errores del pasado junto a un concepto de ‘culpa social’ son los que sumados a la necesaria actualización de la legislación, por la propia evolución tecnológica, mueven las sociedades hacia delante y establecen cuáles son las nuevas pautas de comportamiento social en determinada materia, caso de la ley de dependencia.
Por tanto, el sentimiento racional de culpabilidad no es patrimonio exclusivo de las personas, sino que excede el ámbito individual y se instala a nivel macro-social en organizaciones e instituciones de manera que también en las maneras de actuar y dirigir se instala una especie de corrector automático que provoca la reflexión, asumiendo una culpa que obliga al cambio de conducta.
Reaccionar sin elegir la respuesta adecuada
Diariamente ocurren situaciones en las organizaciones que provocan reacciones, a veces generadoras de conflictos internos entre parte del personal, que hubiera sido preferible una respuesta adecuada y medida, en vez de una reacción en cadena.
En las interactuaciones personales que por cientos diariamente se llevan a cabo en las empresas por la propia operativa diaria, es frecuente que se produzca este tipo de situaciones que sin pensar se convierten en reacciones que puedan descontrolarse, justamente porque ha aflorado un sentimiento de culpa en alguna persona involucrada en dichas acciones cometidas.
¡Cuántas han sido las situaciones en las que sucedió algo y en las cuales hemos pensado al instante!: “no debería haber hecho eso” o también “esto ha sido culpa mía”. Incluso, cuando algo haya sido bien hecho, aprobado por el jefe de equipo y tener el visto bueno de la dirección, el sentido de responsabilidad nos hace sentir culpables porque estamos convencidos de que lo hemos hecho bien pero podríamos haberlo hecho mejor.
De ahí que en los equipos el líder efectivo gestione en cierto sentido la culpa colectiva, muchas veces derivada por la preocupación constante por cumplir con agendas y objetivos, especialmente cuando ha habido antecedentes de incumplimientos o errores cometidos que están haciendo trabajar en exceso –aunque de manera perjudicial- al sentido de responsabilidad por una culpa con frecuencia sobrevalorada que está alterando la operativa normal de una persona o de todo un equipo.
Los líderes efectivos y los grandes líderes de la historia tuvieron dos características comunes: la privilegiada visión del futuro (podían construir en su mente los escenarios de lo que iba a acontecer a años vista) y una extraordinaria sensibilidad para percibir lo que la gente quería o exigía. En todo caso, estos líderes siempre aprendieron de sus fracasos para emprender el largo camino del éxito. Pero una cosa sí tenían clara: no dejaban que la culpa sobre una acción realizada condicionara las acciones futuras que tenían que emprender. En términos más coloquiales: el sentimiento de culpa no es un stop, sino tiene que convertirse en un facilitador de nuevas acciones, sean correctivas de anteriores o nuevas para otras circunstancias.
¿Por qué damos tanta importancia a las emociones?
Con frecuencia hemos sido consultados por qué desde esta tribuna nos empeñamos en dedicar tanto tiempo a las emociones.
La respuesta es clara y directa: porque los seres humanos nos caracterizamos por ser un cúmulo de sentimientos que estamos atrapados en nuestro cuerpo (la materia), así como nuestra mente y espíritu. Todas nuestras acciones, incluso cuando nos referimos a los más conspicuos representantes del liderazgo efectivo, están influenciadas y tremendamente condicionadas por nuestras emociones. La vida es una emoción constante que está determinada por la interacción de los componentes emocionales nuestros y del resto de personas con las que interactuamos.
En nuestra familia o en el ambiente laboral y profesional en el que nos movemos, las emociones forman parte todos los días, de acuerdos, desencuentros, reuniones, negociaciones, buenas inversiones y un largo etcétera.
La emoción más intensa
El sentimiento de culpa es la emoción más fuerte, la más intensa que una persona puede experimentar. Es muy fácil sentirla, pero resulta imposible querer anularla. Aunque también es un fuerte motivador, pero puede en ocasiones nublarnos el juicio.
La persona que es invadida por este sentimiento en un momento puntual de su vida, sin darse cuenta en la mayoría de situaciones, deja convertir a sus emociones en factores paralizantes, tanto en lo anímico como en lo físico. De ahí, que en circunstancias de tener que soportar gran estrés sumado a esa sensación de que somos responsables por algo que ha sucedido, es como si nos invadiese una fuerza destructiva, que aparece y desaparece si no la tratamos como es debido.
No nos referimos sólo a tratamiento terapéutico profesional, sino a ejercer un autocontrol sobre todas nuestras emociones, lo que nos ayudará a ser mucho más eficaces y productivos en nuestro día a día.
Obviamente, todos antes o después, podemos cometer errores a lo largo de nuestra vida. De algunos de ellos, dada la importancia relativa que les atribuimos, finalmente no nos acordamos ni nos hacen vivir en permanente estado de arrepentimiento. En cambio, algunos de los cuales no estamos particularmente orgullosos, son los que nos fuerzan a mirar el pasado constantemente, lo cual implica una dilapidación de energías que no es bueno para nuestra mente y cuerpo.
Una cosa es la autocrítica sosegada y otra muy diferente cuando tenemos que afrontar pensamientos que una y otra vez nos invaden, justamente por estar influenciados por el sentimiento de culpa y un estado emocional de arrepentimiento que nos inmoviliza.
Las personas que recurrentemente son invadidas por este tipo de sentimientos terminan configurando una tipología de personalidad de muy baja autoestima. Son estas personas las que aprovechan cualquier oportunidad para autoflagelarse psicológicamente, porque no se creen dignos merecedores del cariño y respeto de nadie o de cualquier otro regalo que la vida les brinda, porque su sentimiento de culpa es tan fuerte que no deja espacio posible a energías y emociones positivas. Pero además, cuando es el pasado el que les condena, le lleva a mirar siempre desde la misma óptica, siendo incapaces de analizar con una visión nueva y de alguna manera crear un futuro.
Focalizan desde la negatividad y su perspectiva de la vida siempre está orientada desde un mismo ángulo: el del desánimo, escepticismo y negación.
Principios y valores en el sentimiento de culpa
Cuando en nuestro mapa mental los principios y pautas de conducta que alojamos se ven perturbados por una acción consciente o inconsciente que hemos realizado o en la que hemos participado, se produce una quiebra en nuestro sistema de valores que creíamos incólume. Probablemente hemos violado nuestro sentido de equidad, o a lo mejor el de justicia. En todo caso, puede haber muchos otros principios que estén participando de esta quiebra de valores que nos lleva a un profundo sentimiento de culpa.
La culpa la tiene…
Qué razón tenían nuestros maestros de primaria cuando nos advertían de que había que admitir y confesar quién era el infractor (la falta que había cometido un niño) y no echar culpas a los otros compañeros.
Es verdad que ese sentimiento lo hemos tenido todos, pero tiene una raíz que es la que nos conduce a querer quitarnos la culpa de nuestras emociones y endosárselas a los demás. Y es justamente el miedo al reproche o al castigo, a veces muy suave como en ese niño de cortísima edad. Otras veces, el miedo a que se sepa que uno se ha equivocado, incluso aunque no fuera premeditada su acción.
El miedo a la opinión, al castigo a cargo de quién tiene en ese momento el poder (caso del maestro) o más adelante en la vida, el jefe en su lugar de trabajo. Pero lo que prevalece, es un sentimiento que casi todo el mundo hemos padecido y no combatido como es debido, cual es el querer liberarse de la cuota de responsabilidad individual que cada uno tiene frente a los actos que ha realizado o en los que ha participado.
Cuando la culpa carece de una razón objetiva que la justifique, crea un sentimiento de impotencia al mismo tiempo que crece el de arrepentimiento, inhibiendo a la persona a la hora de mantener cualquier tipo de criterio. Digamos que se pierde el sentido común, porque la fuerza centrípeta de la culpa bloquea los sentimientos de la persona.
Pero además, la culpa por acciones pasadas no ocupa en la mente del líder más que un mínimo espacio (un recordatorio) para saber qué sendero no debe transitarse o también (lo más importante en un líder combativo) evitar que ciertas acciones del pasado, cosas que no han salido bien, experiencias traumáticas que afectaron a la organización y su personal, no sean quitadas del camino que está abriendo hoy, como un auténtico líder del Tao (el que abre el sendero).
Artículo coordinado por José Luis Zunni, director de ecofin.es y vicepresidente de Foro ECOFIN, en colaboración con Salvador Molina, presidente de Foro ECOFIN; Javier Espina Hellín, miembro de ECOFIN Business Schools Group, y Ximo Salas, miembro del ECOFIN Management & Leadership de ECOFIN.