¡Qué paren el Mundo!, me bajo en la siguiente parada

¡El reloj! Ese es mi jefe. El tiempo se ha convertido en nuestro tirano. Nos arrastra como una corriente fluvial a lo largo de todo el día, de toda la semana. A veces queremos gritar aquello de: “¡Qué paren el Mundo!, que me quiero bajar en la siguiente parada”.

El teletrabajo ha metido un plus de presión. El reloj no para al cerrar la puerta de la oficina, ni al abrir la puerta del hogar. El tic-tac nos acosa las 24 horas del día. Hasta durante el sueño.

Gestión del Tiempo

Los planteamientos que solemos hacernos respecto del uso del tiempo, acelerando nuestras tareas, a veces son un poco irreales o no conducen a nada positivo, porque en la creencia de que estamos haciendo bien nuestras tareas, o intentando solucionar problemas, en realidad los estamos complicando.

El tiempo es un factor sistémico, es decir, que un problema en una de nuestras actividades puede afectar notablemente a otra actividad que aparentemente no tenga relación con la primera.

Si nos faltan horas de descanso, es evidente que estaremos afectando nuestro rendimiento en el trabajo.

Pero quizás uno de los problemas que más afectan el uso de nuestro tiempo disponible, es una mala planificación de nuestra agenda.

Por señalar algunos factores que nos afectan:

– Interrupciones permanentes, sean personales o vía mail o llamadas telefónicas, lo cual creemos que todo lo tenemos que atender.

– Reuniones estériles o que podrían haberse evitado.

– Una mala priorización de las tareas y responsabilidades.

– Creemos que estando más horas en el trabajo seremos más productivos.

– Estamos convencidos que cuánto más aceleremos (atender lo urgente e inmediato) seremos más eficaces.

En países como Austria o Noruega, si una persona se queda más allá de su horario de trabajo, levanta sospechas en compañeros y jefes respecto a su rendimiento.

Por aquello de que si no ha terminado su tarea es porque no ha sabido gestionar bien su tiempo, lo que redunda en pérdida evidente para la organización según la cultura de estos países.

Partiendo de la base de que uno de los mayores males de la época actual es no tener tiempo para nada, en realidad podríamos tenerlo, pero somos unos desordenados.

Nuestra agenda es la que fija nuestras prioridades. Si no se encuentra tiempo para algo, no es un buen síntoma.

Si determinadas citas o encuentros son sistemáticamente retrasados, es una señal inequívoca de que no son estratégicamente cruciales.

Entonces, ¿será que no tenemos tiempo para nada o que no sabemos priorizar lo importante en nuestra vida familiar, laboral y social?

Tomemos por ejemplo, el caso del correo electrónico. La mayoría de las personas dedica de media entre dos a cuatro horas diarias contestando mensajes electrónicos, cuando la mayoría de estos pueden esperar unas horas más o ser contestados al día siguiente.

Una vez más, la prioridad, que nos hace olvidar que se puede delegar la respuesta de los mensajes que sean menos importantes.

Estamos acostumbrados a ver a todas las personas a nuestro alrededor, sea en los ámbitos de trabajo o en la cafetería en la que desayunan en tan sólo 7 minutos, imprimiendo un ritmo acelerado (a veces desenfrenado) pero no se sabe muy bien por qué.

¿Es necesario provocarnos a nosotros mismos esa presión constante? Por supuesto que no.

Analizando algunos de los estudios realizados a diferentes CEOs y directivos, ante la pregunta de por qué esa obsesión por la velocidad y ese estar acelerados como norma, la respuesta media que siempre se obtiene es “tenía la necesidad de estar constantemente produciendo”.

Claro está, que una cosa es la percepción que ese directivo tenga sobre su productividad y la forma de hacer las cosas sin detenerse ni un momento, pero otra muy diferente es si realmente es efectivo.

¿O acaso la eficacia depende sólo del nivel de aceleración que pongamos en las tareas? Por supuesto que no.

Hay personas que llenan su agenda de reuniones y tareas que saben de antemano no podrán cumplir, pero responde a esa obsesión de sentir que están muy solicitadas, que no pueden parar y que sienten como si hubiera un observador que les está controlando a ver si están trabajando, lo que les genera un estrés innecesario, justamente cuando hay que hacer lo contrario: desacelerar para volver a tomar impulso, pero sin tensiones, ni estar sugestionados con controles que no existen.

¿Se ha preguntado alguna vez cuántas reuniones estériles, que no aportan nada ni en lo inmediato ni a medio plazo, mantiene por día, como si de esta manera estuviese limpiando su consciencia? Le aconsejamos empezar a conjugar el verbo “desestimar”, que significa que debe dejar de lado todo aquello que llena su agenda, pero que es absolutamente prescindible. Y en caso de que hubiera algo que tiene importancia, debería priorizarlo como es debido y no a la carrera en una agenda que no perdona cinco minutos de su tiempo.

Actitud al asumir nuevas responsabilidades

Antes de asumir un nuevo proyecto, tarea o responsabilidad, pregúntese: “¿Por qué estoy haciendo esto?”. Pero siga preguntándose si realmente lo que tiene entre manos y que le está dando prioridad, en realidad es una cuestión prioritaria y respóndase a ver si tiene una respuesta satisfactoria.

En la medida que su respuesta esté en la línea de “esto lo hago para quedar bien con mi compañero de equipo” o “como líder tengo que remangarme y demostrar que soy capaz de trabajar a la par con mis equipos”, son pensamientos que pueden ser muy bonitos, pero poco efectivos.

Primero, porque va a invertir un tiempo precioso en una tarea y/o responsabilidad que no está entre sus funciones naturales, como empleado o como líder.

Aunque, si bien es cierto que el colaboracionismo profesional es el que se está imponiendo en las organizaciones, nada tiene que ver con ser colaborativo cuando se llevan a cabo taras que no son las habituales de esa persona, que le genera una incomodidad porque no está seguro ni en lo que hace, ni en lo que deja de hacer para poder colaborar casi de manera forzada. Porque está acelerado por su agenda y la de la otra persona.

El ser colaborativo implica planificación y delegación de tareas de manera eficaz, no andar disparado a lo loco sin agenda ni plan.

En segundo lugar, tiene que aprender a decir que no, tantas veces como sea necesario.

No por ser aseverativo en las relaciones interpersonales se va a lograr una mayor eficiencia en el equipo. Más bien al contrario, cuando se están forzando tareas que no son las naturales para esa persona o cuando no están claras para qué se hacen, por lo que se está complicando también la agenda de varios empleados y comprometiendo su cumplimiento de tareas habituales.

Hay que aprender de los lideres exitosos que cuando analizamos sus trayectorias, vemos que han dicho más veces que “no” que “sí”. Y no por ello dejaron de ser líderes eficaces.

Y una cosa que surge claro de este tipo de liderazgo: abiertamente admiten que no lo hacen todo y que sólo hacen lo que más les importa, o que en su visión consideran que es realmente importante, o sin serlo tanto, se convierte esa acción en prioritaria.

Además, si las personas que son próximas al líder no están consubstanciadas con su visión, no es que estén fallando, sino la capacidad que él tiene que ejercer en el personal, explicando y formando, no la está ejerciendo; por tanto, va a contar con personas (al menos algunas de ellas) que no estén alineadas ni con la visión ni con la misión. Y es aquí en dónde empiezan a debilitarse los compromisos que se supone el personal debe asumir con la organización.

El trabajo es una fuente de energía no de estrés

Es evidente que personas que ejercen un liderazgo efectivo, entre sus virtudes está la de energizar a las personas, especialmente el entorno más próximo.

El propio trabajo cuando se hace con un alto nivel de satisfacción y se asume ese compromiso con el resto de miembros de los equipos y/o departamentos, se está energizando, por lo que la mentalidad es ganadora, no hay obstáculos que se antepongan ante un grupo humano con visión, misión e ideas clara. Se libera la creatividad y los niveles de productividad suben.

Pero en todo este proceso, la agenda ha sido ocupada por compromisos que son importantes y se ha tenido que decir que no varias veces.

El estrés que se genera en los ambientes y que muchas personas ayudan a que se eleve, en realidad subyace en los pensamientos de las personas, en la actitud que asumen frente a los retos y también los problemas.

El estrés requiere de una incapacidad para gobernar la agenda, las diferentes situaciones que hay que atender por motivo del cambio constante, pero no puede dejarse que invada de manera descontrolada ni a personas ni a equipos.

El líder sabe que en la medida que ayude a canalizar toda esa energía positiva, a enseñar a desacelerar para volver a tomar impulso, no habrá estrés negativo en ese ambiente de trabajo porque no hay más espacio que para actitudes energizantes.

En la medida que el estrés se elimina del pensamiento, se liberan todo tipo de bloqueos, se abre la mente a la creatividad y hacia actitudes determinantes para resolver lo que se tenga entre manos.

Cuando tomamos la decisión de sentirnos bien, de ver lo bueno, de permitir lo bueno, una corriente fluye hacia nosotros inundándonos de facilidad para llevar a cabo tareas y asumir responsabilidades.

Tomarse un respiro

Cuando el líder efectivo va dos veces por semana a un gimnasio en horas del mediodía, su agenda no es que ha priorizado mal, sino que ha elegido hacer un momento de inactividad, aunque sólo sea para relajarse e incluso pensar con tranquilidad algunas cuestiones que le preocupan. Pero evidentemente, su eficacia le ha enseñado con los años, qué comidas podía evitar tener y aprovechar el tiempo de otra manera.

Qué fin está persiguiendo: desacelerarse para obtener nuevos bríos y fuerzas que necesita para afrontar el resto de la semana. Recargar baterías es bueno a nivel personal y de la organización.

Las personas que de él dependen, sentirán aplomo, que nos les genera tensión innecesaria y que el ambiente laboral propicia un nivel de convivencia muy satisfactorio.

Dar una vuelta la manzana si no tiene el tiempo necesario ese día para practicar ejercicio, es suficiente para respirar profundo, reflexionar y lograr un nivel de energía que automáticamente invade a las personas con ir a un parque o una plaza. Sólo con el contacto con la naturaleza es suministrarnos una dosis de energía pura.

Por tanto, nuestro consejo es que no se acelere en la falsa creencia que está siendo más efectivo. Sepa dar un paso atrás, como cuando el pintor mira su obra con otra perspectiva y después vuelve justo enfrente del lienzo para dar sus últimas pinceladas.

Sepa ver el cuadro en su conjunto, busque la perspectiva de ese día o esa semana, libere su agenda de todo lo prescindible y enseñe como líder a su personal a actuar en consecuencia. Seguramente tendrá a personas y equipos alineados hacia una meta común.

Artículo coordinado por José Luis Zunni, director de ecofin.es, vicepresidente de Foro ECOFIN y autor del libro recién publicado ‘El Cubo del Líder’ (Ed. Kolima; disponible a la venta pinchando aquí), en colaboración con Salvador Molina, presidente de Foro ECOFIN, y Antonio Alonso, presidente de la AEEN (Asociación Española de Escuela de Negocios) y secretario general de EUPHE (European Union of Private Higher Education).

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