“La salvación de nuestro mundo se encuentra en el corazón de las personas, en su humildad, responsabilidad y capacidad de reflexión”, afirmaba el político, escritor, dramaturgo y expresidente checo Václav Havel. Y quizá habría que añadir que en la superación de las emociones y de las culpas también hay un factor clave de superación y liderazgo al que solemos llamar ‘resiliencia’.
Los líderes efectivos y los grandes líderes de la historia tuvieron dos características comunes: la tremenda visión del futuro (podían construir en su mente los escenarios de lo que iba a acontecer a años vista) y una extraordinaria sensibilidad para percibir lo que la gente quería o exigía. En todo caso, estos líderes siempre aprendieron de sus fracasos para emprender el largo camino del éxito. Pero una cosa sí tenían clara: no dejaban que la culpa sobre una acción realizada condicionara las acciones futuras que tenían que emprender. En términos más coloquiales: el sentimiento de culpa no es un stop, sino tiene que convertirse en un facilitador de nuevas acciones, sean correctivas de anteriores o nuevas para otras circunstancias.
Todas nuestras acciones, incluso cuando nos referimos a los más conspicuos representantes del liderazgo efectivo, están influenciadas y tremendamente condicionadas por nuestras emociones. La vida es una emoción constante que está determinada por la interacción de los componentes emocionales del resto de personas con las que interactuamos. En nuestra familia o en el ambiente laboral y profesional en el que nos movemos, las emociones forman parte todos los días de acuerdos, desencuentros, reuniones, negociaciones, buenas inversiones y un largo etcétera.
El sentimiento de culpa es la emoción más fuerte, la más intensa que una persona puede experimentar. Es muy fácil sentirla, pero resulta imposible querer anularla. Aunque también es un fuerte motivador, pero puede en ocasiones nublarnos el juicio. La persona que es invadida por este sentimiento en un momento puntual de su vida, sin darse cuenta en la mayoría de situaciones, deja convertir sus emociones en factores paralizantes, tanto en lo anímico como en lo físico. De ahí, que en caso de tener que soportar gran estrés, sumado a esa sensación de que somos responsables por algo que ha sucedido, es como si nos invadiese una fuerza destructiva que aparece y desaparece si no la tratamos como es debido. No nos referimos sólo a tratamiento terapéutico profesional, sino a ejercer un autocontrol sobre todas nuestras emociones, lo que nos ayudará a ser mucho más eficaces y productivos en nuestro día a día.
Obviamente, todos antes o después, podemos cometer errores a lo largo de nuestra vida. De algunos de ellos, dada la importancia relativa que les atribuimos, finalmente no nos acordamos ni nos hacen vivir en permanente estado de arrepentimiento. En cambio, aquellos que no nos hacen sentir particularmente orgullosos son los que nos fuerzan a mirar el pasado constantemente, lo cual implica una dilapidación de energías que no es bueno para nuestra mente y cuerpo. Una cosa es la autocrítica sosegada y otra muy diferente cuando tenemos que afrontar pensamientos que una y otra vez nos invaden, justamente por estar influenciados por el sentimiento de culpa y un estado emocional de arrepentimiento que nos inmoviliza.
El líder efectivo tiene que ejercer un papel terapéutico con aquella persona de su equipo que recurrentemente es invadida por este tipo de sentimientos que termina configurando una tipología de personalidad de muy baja autoestima. Son estas personas las que aprovechan cualquier oportunidad para autoflagelarse psicológicamente, porque no se creen dignos merecedores del cariño y respeto de nadie o de cualquier otro regalo que la vida les brinda, porque su sentimiento de culpa es tan fuerte que no deja espacio posible a energías y emociones positivas. Pero además, cuando es el pasado el que le condena, le lleva a mirar siempre desde la misma óptica, siendo incapaz de analizar con una visión nueva y de alguna manera crear un futuro. Focalizan desde la negatividad y su perspectiva de la vida siempre está orientada desde un mismo ángulo: el del desánimo, escepticismo y negación. Y esto se contagia al equipo.
¿Qué papel juegan nuestros principios y valores en el sentimiento de culpa?
Cuando en nuestro mapa mental los principios y pautas de conducta que alojamos se ven perturbados por una acción consciente o inconsciente que hemos realizado o en la que hemos participado, se produce una quiebra en nuestro sistema de valores que creíamos incólume. Probablemente hemos violado nuestro sentido de equidad, o a lo mejor el de justicia. En todo caso, puede haber muchos otros principios que estén participando de esta quiebra de valores que nos lleva a un profundo sentimiento de culpa.
Ese sentimiento lo hemos tenido todos, pero tiene una raíz que es la que nos conduce a querer quitarnos la culpa de nuestras emociones y endosárselas a los demás. Y es justamente el miedo al reproche o al castigo, a veces muy suave como en ese niño de cortísima edad al que su madre le hace una reprimenda. Otras veces, el miedo a que se sepa que uno se ha equivocado, incluso aunque no fuera premeditada su acción.
El miedo a la opinión, al castigo a cargo de quién tiene en ese momento el poder (el maestro, por ejemplo) o más adelante en la vida, el jefe en su lugar de trabajo. Pero lo que prevalece, es un sentimiento que casi todo el mundo hemos padecido y no combatido como es debido, cual es el querer liberarse de la cuota de responsabilidad individual que cada uno tiene frente a los actos que ha realizado o en los que ha participado.
Cuando la culpa carece de una razón objetiva que la justifique, crea un sentimiento de impotencia al mismo tiempo que crece el de arrepentimiento, inhibiendo a la persona a la hora de mantener cualquier tipo de criterio. Digamos que se pierde el sentido común, porque la fuerza centrípeta de la culpa bloquea los sentimientos de la persona.
Mirarnos al espejo
En una ocasión le preguntaron al Premio Cervantes de Literatura, Jorge Luis Borges, por qué razón manifestaba tal odio a los espejos. Su respuesta: “odio los espejos porque son multiplicadores de la realidad”. O sea, que le aterraba la realidad de la vida diaria, los hechos que sucedían y lo que tenía aún que suceder. Como siempre en la filosofía borgiana, su percepción era la que él considera como la que la gran mayoría de la gente tenía que sentir. La llamada cruda realidad, puede llegar a provocar sentimientos profundamente encontrados según sean las circunstancias de las personas a las que dicha realidad les muestre, sea su cara más dura o la más suave.
Pero las palabras de Borges también como las de Havel, tenían un alcance mayor y que podemos perfectamente aplicar en nuestra lección de liderazgo de hoy: el líder no debe temer a la realidad a pesar de la dureza e intransigencia del cambio que hay que afrontar. Pero además, la culpa por acciones pasadas no ocupa en la mente del líder más que un mínimo espacio para saber qué sendero no debe transitarse o también (lo más importante en un líder combativo) evitar que ciertas acciones del pasado, cosas que no han salido bien, experiencias traumáticas que afectaron a la organización y su personal, no sean quitadas del camino que está abriendo hoy, como un auténtico líder del Tao (el que abre el sendero).
Artículo coordinado por José Luis Zunni director de ecofin.es en colaboración con Salvador Molina presidente de ECOFIN, Javier Espina Hellín miembro de ECOFIN Business Schools Group, y Ximo Salas, miembro del ECOFIN Management & Leadership de ECOFIN.