La felicidad es genética para la empresa

La felicidad es la meta. ¿Pero cómo caminar hacia ese horizonte? Las sendas propuestas son muchas y, a veces, opuestas.

Unos eligen la empinada senda de la resignación, mientras que otros viven en la hiperacción. Algunos promueven la fusión con la naturaleza y las fueras del cosmos (universo), mientras que muchos otros la han buscado en la unión con el dios personal de las religiones monoteístas.

¿Quién nos puede prometer la panacea de la felicidad? Una es la meta. Muchos los caminos. ¿Cómo elegir el sendero correcto que lleve a la salida de este laberinto? Y, más allá de la felicidad como meta personal, ¿por qué hacerla colectiva? ¿Por qué complicar a las organizaciones en facilitar un camino que no le aporta valor contable? Son preguntas honestas que merecen una reflexión sentida y sincera. Abrimos la puerta para que la luz recoja el qué y el porqué.

1. La magia de la felicidad

La felicidad es una palabra mágica que posee todos los componentes de estimulación, necesidad, deseo y placer.

¿Quién no quiere ser feliz? La felicidad es algo que llena, que es un anhelo alcanzable en el presente y que todos compartimos como destino final futuro.

La felicidad es un anhelo del ser humano por completarse.

La felicidad es un anhelo del ser humano por completarse.

Lo que nos distingue a cada ser humano no es el anhelo por conseguir la felicidad, sino el camino para llegar a alcanzarla.

Desde pequeñitos nos enseñaron que hay que tener un fin al que llegar en nuestro camino vital. De hecho, hay algunos estándares culturales, como ese que algunos habrán hasta cantado: «tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor; y el que tenga estas tres cosas que le dé gracias a Dios». Ser feliz haciendo feliz a los demás es también un duro camino que nos encontramos en toda la historia de la humanidad. Y es que la felicidad es el objetivo compartido de todo ser humano, sólo que diferimos en la manera de definir qué es la felicidad, de caminar hacia ella y de intentar alcanzarla.

2. El camino es la felicidad

«Felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace», apuntaba el filósofo Jean-Paul Sartre redactando un sentir que pensadores y poetas llevaban siglos refiriendo en términos muy similares. Y claro que tiene razón, ya que la felicidad está en el camino, no sólo en un punto de llegada.

Decía Sandra Ibarra en su libro Las cuentas de la felicidad que ésta se consigue en las pequeñas cosas, en hacer cada día algo que nos aporte satisfacción; porque la felicidad también está en la superación diaria de barreras. «Lo pequeño es hermoso» [small is beautiful], decía el economista Schumacher.

Es camino y es esfuerzo. Porque otra característica de la felicidad es que no es gratuita. Ya advertía Aristóteles que «sólo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego».

3. El hombre, aquel animal imperfecto

En el resumen de todo lo dicho, la felicidad es un anhelo del ser humano por completarse. El hombre es el único animal que nace incompleto, que nace desnudo, que no podría sobrevivir sin la vida social que le permite aprender de la cultura adquirida por sus antecesores y que, sin la protección de su familia (o tribu), no podría pasar de las primeras horas de vida.

La mentira más extendida de la historia editorial son aquellos libros que anuncian las fórmulas de la felicidad, los que prometen un camino interior exitoso o una fórmula mágica. No existe una fórmula universal. Cada uno de nosotros tiene una respuesta distinta. Tengo un amigo escritor de éxito, José Mª Zavala, que durante toda su vida nos ha saludado de una manera diferente. En lugar de preguntarnos el consabido «¿cómo estás?», nos descerrajaba a bocajarro un: «¿Eres feliz?». Y siempre cuesta responder ante tal pregunta. Como diría otro amigo mío: «estoy bien, ¿o tienes tiempo?». Ser feliz no es un objetivo alcanzable con un monosílabo.

4. La indefinición de los intangibles

Existen miles de definiciones porque la felicidad es un término indefinible e indefinido. Hay tantas fórmulas de la felicidad como personas hay sobre la Tierra. Sin embrago, todos identificamos la felicidad con algunos ingredientes.

Nadie puede prometer la fórmula universal de la felicidad, porque sencillamente no existe, no es objetivable. La felicidad es aquello que establece una meta final de satisfacción del hombre consigo mismo y que sólo el sujeto es capaz de validar.

Y es que la felicidad es el objetivo compartido de todo ser humano, sólo que diferimos en la manera de definir qué es la felicidad, de caminar hacia ella y de intentar alcanzarla.

Y es que la felicidad es el objetivo compartido de todo ser humano, sólo que diferimos en la manera de definir qué es la felicidad, de caminar hacia ella y de intentar alcanzarla.

Nadie puede compilar y explicar los ingredientes de la fórmula secreta de la felicidad y, por ello, nadie puede establecer qué tiene que hacer la empresa para conseguir que sus trabajadores alcancen el fin último de sus vidas, que no es otra cosa que ser felices. Así pues, la felicidad –como intangible que es– no puede ser objeto del management de la gestión de las organizaciones como un objetivo alcanzable, medible y presupuestable.

5. El gobierno ético de las personas

¿Por qué hay que complicar la vida a los gestores de empresa que sólo pueden guiarse por cuestiones objetivas?

La razón es obvia y contundente. No podemos sustraernos a la realidad en la que vivimos, donde ha muerto la máquina (los bienes de producción) para dar paso a la inteligencia, la creatividad, la innovación… y la ética de los negocios, con sus principios y valores, con sus códigos deontológicos y sus compromisos de buenas prácticas.

La gobernanza de las corporaciones ya no mira sólo a los accionistas o propietarios, sino que tiene en cuenta otros grupos de interés (stakeholders) a los que los propios accionistas, la sociedad y la administración pública aconseja unas veces (deontología) y obliga otras a que los cuide aportando resultados reales y cuantificables como los que recogen las memorias anuales de sostenibilidad, como el protocolo internacional GRI. De esta forma, se pueden cifrar y medir dividendos sociales, ecológicos, medioambientales, sostenibles en los entornos de trabajo y, por supuesto, que cuida a sus empleados.

6. Descubrir a las personas

Dejar de mirar a los empleados como trabajadores para comenzar a verlos como personas. Ese es el cambio sustancial de algunas organizaciones que están mutando su piel desde la gobernanza tradicional (masculinizada, jerárquica, objetivable y productiva) hacia una gobernanza más propia del siglo XXI: feminizada, flexible, corresponsable, igualitaria, justa, creativa e innovadora.

Cuando hablamos de felicacia, hablamos de personas, de anhelos y objetivos personales. Pero, también, hablamos de empresas, organizaciones y objetivos compartidos. Cuando se plantean modelos de gestión en los que los objetivos del grupo integran la facilitación de entornos felices, se generan las suficientes endorfinas corporativas como para generar un alma de las empresas en la que es posible dar un paso cualitativo superior hacia fines concretos reales, medibles y eficaces para la gobernanza de la empresa y su rentabilidad.

Felicaz es aquella organización que cree que sus empleados son personas y que está dispuesta a arriesgar en la creación de entornos laborales que faciliten la vida de las personas que constituyen la organización en aras de mayor eficacia de gestión de la organización en su conjunto.

Felicacia no es buenismo; es un modelo de gestión basado en principios y valores que proponemos una pandilla de pensadores y autores dispuestos a acompañaros en la aventura de cambiar el mundo, poquito a poco (como le gusta decir a Carmen Mª García, la presidenta de Fundación Woman’s Week), pero con pasos sólidos, estables e incuestionables; porque podremos argumentar que son rentables para todos.

Artículo de Salvador Molina, presidente de Foro ECOFIN, y Carmen Mª García, presidenta de Fundación Woman’s Week.

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