Emular a los olímpicos

La pregunta no tiene trampa: es clara y directa. Hay cientos de miles de acciones y actividades diversas que hombres y mujeres ejercen cada día en todos los países del mundo, pero que están regidos por otras normas y procedimientos. Desde ya que están muy lejos de lo que hoy nos proponemos demostrar de lo que significa el espíritu olímpico, si lo aplicásemos fuera de la pista de un estadio que celebra o unas olimpíadas o un mundial de atletismo.

Porque, fuera de ellos, nos encontramos con una maraña de leyes, reglamentos y, por supuesto, hábitos y formas de hacer las cosas, según sea el continente en el que nos encontremos, atendiendo a sus costumbres y pautas culturales. Esto es válido en los negocios, en la enseñanza y, por supuesto, también en la política.

Y como se dice coloquialmente que “para muestra basta un botón”, que denota que se conoce a una persona por las acciones que hizo antes. Desde ya que también lo aplicamos cuando hay algo tan obvio que resulta casi absurdo mencionarlo, como decir que “en el deporte lo que vale es el espíritu deportivo por encima de ganar o perder”.

Para poner unos ejemplos reales que nos sirvan en esta aportación de hoy, hemos recurrido a revisar nuestros archivos y buscar en las hemerotecas de nuestras habituales consultas, para ver si encontrábamos elementos de juicio que sigan sosteniendo este principio del espíritu olímpico, especialmente la importancia que tiene si lo emulamos, porque sería una magnífica noticia para las diferentes actividades (económicas, culturales, políticas, etc.) que vamos ejerciendo a diario, para las cuales no necesariamente pensamos en emular a los medallistas y seguir sus ejemplos de personas que su única misión es superarse a sí mismas, las marcas de sus competidores y las suyas propias.

En cambio, en la vida diaria de los negocios y todo tipo de actividades, tanto públicas como privadas, lamentablemente, actuamos con un sentido muy opuesto a ese espíritu olímpico en el que prevalece la superación constante, que es también, una forma de crecer como personas.

¿Es que decimos acaso que no podemos superarnos como personas en el día a día del común de los mortales (los que no formamos parte de ese grupo de élite deportiva)? De ninguna manera. Lo que venimos a decir, es que es casi imposible en la vida accidentada y llena de riesgos empresariales, laborales y de todo tipo de vicisitudes que afrontamos, poder siquiera ponernos a pensar en él éxito que se derivará de obtener un oro olímpico o un título de campeón del mundo. Sabemos que eso es para elegidos.

Hemos creído conveniente traeros dos casos que impresionan y que también sé que os vais a emocionar, por la tremenda condición humana de estas historias que nos enorgullecen como seres humanos, al contrario de otras tantas de violencia y destrucción, especialmente de guerras injustas que nos quitan dignidad como especie.

 

Vamos al primer caso:

Una de las noticias es la de dos deportistas de salto de altura, Duncan McNaughton (1910-1998) un atleta canadiense destacado en esta especialidad, que fue campeón olímpico en los juegos de Los Ángeles de 1932, y Bob Van Osdel (1910-1987) atleta estadounidense que también logró ser subcampeón olímpico en esos mismos juegos olímpicos.

Por más de dos años, ambos habían formado parte del célebre Troyano, equipo de atletismo de la Universidad del Sur de California (USC, por sus siglas en inglés).

Los estudios les ocupaban la mayoría de su tiempo, pero practicaban juntos dos o tres veces por semana y solían verse los fines de semana en diversas reuniones. En realidad, no fue una amistad que buscaron, pero la vida les hizo encontrar y convertirse en grandes amigos.

Y llegado el día del inicio de los juegos, se encontraron ante una multitud de 100.000 personas que llenaban el recién remodelado coliseo de Los Ángeles y ambos hacían todo lo que podían por controlar los nervios típicos de un encuentro de esta categoría deportiva.

La responsabilidad de representar una bandera y la otra, la que un deportista lleva dentro, que es el único afán de estar a la altura de las marcas, si es posible superarlas, y también, si la circunstancia se lo permite, entrar a formar parte de la historia.

A medida que pasaban los minutos, la barra a superar iba colocándose cada vez más alto y el grupo de 20 atletas comenzó a reducirse, porque en cada intento a diferentes alturas, iban quedando eliminados unos y mantenían esa ilusión de vencer los otros. Finalmente, la tarde echó luz sobre los 4 competidores que quedaban, entre los que se incluían Duncan y Bob.

La barra se elevó a los 2,07 metros. Los cuatro fallaron.

Un murmullo expectante se extendió por las gradas, se hizo el silencio típico de la emoción ante qué es lo que iba a suceder a continuación, y solo se podía escuchar (una manera de decirlo) la suave brisa de verano.

Entonces, los jueces deportivos tuvieron que bajar unos centímetros la barra, circunstancia que favoreció a que Duncan y Bob lograron saltarla; no corrieron la misma suerte los otros dos atletas que les acompañaban.

Ahora la situación había dado un giro de 180 grados y los dos amigos se enfrentarían por el oro. Entonces se hizo un silencio en el estadio, se paralizaron el resto de juegos porque en ese momento habría que determinar quién sería el afortunado para llevarse el oro olímpico.

Ambos seguían en perfecta competición. Pero iba transcurriendo el tiempo, y la tan prolongada competencia parecía estar cansándolos a ambos.

Y seguía la secuencia de saltos y en un determinado momento Duncan golpeó la barra, tirándola. Mientras se preparaba para otro intento, Bob se le acercó y con todo desinterés personal y humildad le dijo: “Dunc, tienes que mejorar tu patada. Si lo haces, lograrás el salto”. La patada a la que se refería es cuando después de darse fuerza con el pie y pierna de apoyo, el especialista en salto de altura se impulsa hacia arriba dando una fuerte patada al aire que le hace girar sobre su propio cuerpo, y si lo logra, pasar la barra mirando hacia abajo y cayendo en la lona también con la cara hacia abajo.

Sabía perfectamente Bob que si Duncan pasaba limpiamente la barra en el próximo salta, lograría el oro. Entonces, Duncan que no se había percatado que su patada tenía un defecto, ahora que lo sabía siguiendo el consejo de Bob, se concentró en ella. Logró el salto, mientras que en el intento de su amigo Bob, éste se llevó la barra consigo al pozo. Duncan había ganado la medalla de oro con un primer salto de 1,97 metros. Su reacción no fue un destello de euforia o una explosión triunfal, sino una sorpresa.

¿Cómo digirió Duncan este momento? Se preguntaba ¿Qué es lo que había sucedido? Y se dio cuenta que su amigo, pero también rival en la competición más importante de sus vidas, estaba a su lado, sonriendo un generoso gesto de “bien hecho”. La realidad había sido que el consejo de Bob del último minuto le había otorgado la victoria. Fue un gesto abnegado, y con él, Bob había expresado los ideales olímpicos más elevados.

Desde ese día, la amistad de Bob y Duncan perduró. A tal punto fue una amistad noble y verdadera, que cuando la medalla de oro de Duncan fue robada en una mudanza, Bob le mandó a hacer una nueva usando su propia medalla de plata de segundo puesto en la competición olímpica de Los Ángeles como molde. ¡Vaya actitud! ¡Vaya concepto de la amistad y la entrega!

Pasaron los años y cuando Duncan se enteró de la muerte de Bob, recordó el espíritu deportivo de su amigo como un gran momento en la historia de las olimpíadas. “Quizá gané ese día”, dijo, “pero Bob Van Osdel demostró de qué están hechos los campeones”. Aún más importante que cualquier medalla, que cualquier victoria, fue el gesto de un amigo. Duncan McNaughton murió el 15 de enero, de 1998, a los 87 años.

 

Vamos al segundo caso

Cuando se trata del máximo respeto en la pista de atletismo, se lleva la palma un acto de deportividad tan doloroso, pero a la vez edificante como la semifinal masculina de 800 metros en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, que por motivos de la pandemia se celebraron en 2021. Isaiah Jewett de Estados Unidos y Nijel Amos de Botswana, corrían muy cerca, se enredaron y cayeron, poniendo fin a su carrera y aplastando sus sueños.

Pero se ayudaron mutuamente a levantarse y trotar juntos hasta la línea de meta, tomados del brazo, mientras la sangre corría por la pierna derecha de Jewett.

Jewett dijo después de la carrera: “Fue devastador. Me miró y dijo: ‘Lo siento’ y yo dije: ‘Está bien, terminemos la carrera’”.

Los valores y la filosofía de vida de Jewett se impusieron: “Esa era mi versión de tratar de ser un héroe, levantarme y mostrar buen carácter incluso si es mi rival o pasa cualquier cosa. No quiero mostrar rencor porque eso es lo que hacen los héroes. Muestran su humanidad a través de quiénes son y demuestran que son buenas personas”.

 

 

La moraleja de hoy

¿A que seguro que te ha provocado la misma emoción que a nosotros estas dos historias reales? ¡Sí…ocurrieron! ¿Qué conclusiones sacas de ellas? Nuestra obligación es buscar siempre el enfoque positivo, la lección que podamos aprender de la vida de otras personas, los ejemplos que nos motivan a seguir siendo como somos, o sea, personas de bien.

 

1º) La capacidad de renuncia de Bob frente a Duncan que sabía que le costaría no alcanzar el oro olímpico.

Esto se ubica en un plano poco habitual de las acciones que realizamos las personas. Nos referimos a ese ser abnegado y desinteresado, más de que en lo que haga y en lo que participe, prevalezca el bien, el sentido común y especialmente la justicia.

Bob sabía que Duncan estaba en mejores condiciones que él en ese instante en lo cual a alguno de los dos le esperaba la gloriaLe pareció de justicia ayudarle a comprender en dónde estaba fallando Duncan. No dudó en ceder su posición a través de un gesto imposible de valorar, como es decirle al contrincante lo que debía hacer para superar la barra. Es como si un ajedrecista que va a mover las blancas en el final de una partida, le dice a su oponente cuál es la movida que debe hacer para lograr un jaque al Rey.

 

2º) Dignidad y espíritu olímpico

En el caso de los corredores de los 800 metros que tuvieron la poca fortuna de tropezar y quedar fuera de toda opción de ganar en dicha prueba, se ayudaron mutuamente para levantarse (la dignidad humana y el espíritu deportivo siempre van de la mano), y prometerse ante el mal momento que estaban experimentando, terminar la carrera, que era lo que la responsabilidad deportiva y como personas les exigía en esas circunstancias. Dar un ejemplo, que, frente a un imprevisto y una derrota en toda regla, la mejor manera de comportarse es con la templanza de quién asume haber perdido, pero teniendo la sensación de que a pesar de las precarias condiciones en las que se encontraban, su determinación era atravesar la meta, que es su objetivo permanente como atletas.

El espíritu olímpico no debe ser un sueño solo para los deportistas de élite que pueden tener la fortuna de representar lo mejor de la condición humana. Tiene que servir también para que queramos emularlo, querer seguir su ejemplo, querer mejor en lo que somos y hacemos cada día.

Ese afán de los deportistas de querer y esforzarse en superar las marcas personales, tiene que ser el espejo en el que podamos superar día a día nuestra capacidad de hacer el bien, de tener sensibilidad por los que sufren, por los enfermos, por los más vulnerables, por los que ya no tienen otra oportunidad, etc.

Ante estas cosas que las estamos mostrando como algo negativo de poquísima posibilidad de solución, porque realmente existen en la sociedad en la que vivimos, no solo en la española, como decía el presidente Kennedy “en cualquier sociedad”, es dónde debemos comprometernos. Es el momento en el que habría que contar con una especie de espíritu político o también social, para que, emulando al olímpico, tengamos al menos la seguridad que a pesar de las dificultades, se hará desde el bien común, pensando en la amplia mayoría.

Este es el desafío del género humano frente a la historia. Que solo un espíritu humanista como es el que se manifiesta históricamente en las grandes competiciones olímpicas, es el que tiene que ser nuestra guía de acción humana, nuestro norte al que tenemos que llegar como personas, sin fisuras por trampas que nos hacemos entre nosotros, por el abuso de la mentira, por abanderarnos en las medias verdades, por ser auténticos prestidigitadores del engaño y por ser insensibles a la falta de igualdad de oportunidades, así como a la injusticia.

Cada vez que miramos a un costado, cada vez que hacemos un silencio porque nos queda más cómodo y menos comprometido, es ese instante en que algunos de todos estos abusos e inequidades, termina produciéndose en nuestras sociedades. En todas ellas.

Aprendamos con humildad a cambiar nuestros prejuicios, a ver desde otro ángulo, a ser más comprensivos, pero por encima de todo, a tener esa visión amplia, ese horizonte sin limitaciones, que da ese espíritu olímpico de los grandes deportistas, que supieron dar un sitio de dignidad al género humano, tan huérfano como está hoy día de la falta de dignidades que requieren ser respetadas de millones de personas en el mundo.

Artículo coordinado por José Luis Zunni, presidente y CEO del Instituto Europeo Ecofin de Liderazgo (IEEL), director de ecofin.es, vicepresidente de Foro ECOFIN y autor del libro recién publicado ‘El Cubo del Líder’ (Ed. Kolima; disponible a la venta pinchando aquí), en colaboración con Salvador Molina, presidente de Foro ECOFIN y presidente honorario del Instituto Europeo Ecofin de Liderazgo (IEEL) y también autor del libro ‘El Cubo del Líder’.

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