Si hiciéramos un ejercicio intelectual en el que las negociaciones del Brexit las llevase durante un mes Richard Branson, seguramente habría un acuerdo entre Bruselas y Londres que sería el menos doloroso para ambas partes.
Pero si imaginásemos por un momento que Theresa May hubiese contratado a Branson hace dos años, tampoco se habría llegado al punto en que están hoy día las negociaciones. ¿Qué es lo que queremos destacar? Que cuando no hay un liderazgo efectivo, antes o después se termina pagando.
Algo de esto nos está sucediendo a nivel local, ya que la política española de acuerdos de los diferentes grupos parlamentarios hace aguas por todas partes.
Liderazgo político
La ausencia de un liderazgo efectivo termina cobrándose un alto precio: en una organización, se castiga a través de la cuenta de explotación (en el mejor de los casos) o expulsándola del mercado cuando no ha habido una reacción de la empresa frente a las exigencias y retos del entorno.
Admitiendo el problema del Brexit y que también la política española está encallada en sus respectivas posiciones por la carencia de liderazgo a la que aludimos, si vamos a lo más profundo de la cuestión nos encontramos también con otro patrón que les es común a ambas situaciones: el desfase temporal entre los tiempos que corren y la mentalidad de los políticos que se supone que deben priorizar las necesidades de los ciudadanos.
Pero este nivel de priorización está fallando de una manera estrepitosa porque el problema que se presenta es lo que llamamos ‘brecha tecnológica’, que condiciona la mentalidad y respuesta política a los retos y problemas del siglo XXI con acciones y filosofía propias del siglo XX o incluso del XIX -con frecuencia esta última en muchas de las posiciones que asume la clase política-.
Por ello, hoy no estamos criticando la falta de liderazgo de altura, que lo hay, sino el fondo de una situación que está postergando el crecimiento y estabilidad de sociedades como la británica y la española. Porque, dicho sin tapujos, no se puede estar a la altura de las circunstancias cuando se pretende actuar con recetas, ideas y formas de ver las cosas que están absolutamente desfasadas respecto a la auténtica revolución digital, que ya nos ha puesto en el umbral del horizonte 2020.
No hay liderazgo moderno
La clase política debería estar más que preocupada por no entorpecer a la sociedad y las organizaciones, como está haciendo al crear inestabilidad e incertidumbre (valores altamente nocivos para el futuro económico de cualquier país).
Cuando en la doctrina del liderazgo se definen cuáles son las funciones de un CEO, se refieren, en términos generales, a que es una persona con la responsabilidad de tomar las decisiones de más alto rango de su organización, lo que implica medidas de largo alcance y complejas de llevar a la práctica.
Decidir una dirección estratégica para la empresa, teniendo en cuenta lo que está haciendo la competencia, es la forma en la que un CEO focaliza los retos y problemas a los que se enfrenta la organización que dirige.
Por tanto, el ejercicio de liderar implica garantizar el éxito del negocio y lograr la estabilidad en el crecimiento de la organización. Una especie de compra a plazos que están condicionados por una buena gestión financiera, patrimonial y económica.
Políticos como CEOs
La dirección estratégica incluye aspectos centrales del pensamiento de todo buen líder: los valores, así como la misión, sin dejar de observar con escrupulosidad cuál es la visión que debe tener la dirección para que las estrategias elegidas sean exitosas.
Esa responsabilidad del CEO es estar atento a todos los movimientos que la organización que preside hace en el mercado, al mismo tiempo que analizar y decidir cuáles son las medidas que hay que implementar para que las acciones vayan en línea con los objetivos trazados.
¿Se cuida esta sencilla fórmula en la alta política? Parece que no. Si los líderes políticos actuales hubieran pertenecido en los últimos cuatro meses a sus respectivas organizaciones privadas, por ejemplo multinacionales, podemos afirmar con valor axiomático que ninguno formaría parte de sus respectivos organigramas.
En el caso de las organizaciones privadas, los valores centrales pueden marcar ese factor diferencial que hace que una empresa sea líder en su sector de mercado. Porque una preocupación constante de las grandes marcas es fortalecer continuamente el valor que sus productos tienen para los consumidores. Con un efecto de retroalimentación, incrementa el posicionamiento y valor de marca que, a su vez, sigue provocando más demanda de parte de una clientela que pasa de potencial a efectiva.
Todos los procesos operativos (los protocolos de actuación) están pivotando frente a lo que es más importante, el servicio al cliente y su nivel de satisfacción. ¿Se cumplen estos principios de actuación en la clase política? Lejos, por no decir lejísimos. ¡No! ¡No exageramos!
Vayamos a un caso concreto: la rendición de cuentas de la clase política o el reportar al consejo de administración de parte de un CEO.
A nivel privado, el CEO de cualquier organización tiene la obligación de informar a la junta directiva y/o al consejo de administración, ya que es habitual que sea el consejo el organismo que hace la elección de un CEO.
Pero al mismo tiempo que informa y explica lo realizado y lo que se debe realizar, está predispuesto a escuchar a aquellos miembros que ya llevan un tiempo en el sector y tienen una pericia probada en sus conocimientos del mercado en el que compiten.
En la política existen personas que no conocen el mercado porque jamás han trabajado en él, ya que fueron reclutados por las jóvenes generaciones en sus respectivos partidos políticos, que no cabe duda que es un semillero posible de nuevos valores. Si bien condición necesaria, no es suficiente.
La meritocracia no parece ser un valor de los partidos políticos. De hecho, un término que se adapta mejor es la “amigocracia”, lo que no garantiza un mínimo de calidad en el nivel de la acción política que se delegue a esas personas.
Pensamiento macro
¿Qué es lo que está pasando por la cabeza de los dos contendientes –Sánchez e Iglesias– que no se ponen de acuerdo? ¿Una visión macroeconómica y macrosocial? ¿Una visión de medio y largo plazo? Están en una pura discusión cortoplacista, porque es demasiado ampuloso considerar debate lo que está sucediendo en el Congreso de los Diputados.
En el mundo privado de las organizaciones, los deberes de un CEO serán adaptar los recursos disponibles de la compañía a la asignación de aquellos para ejecutar a nivel micro, pero sin excluir de su pensamiento y acciones el escenario macro para moverse hacia lo que todo líder deber perseguir: crecimiento que garantice estabilidad y capacidad de generación de beneficios futuros.
Abordar con efectividad estas premisas hará efectivo el cumplimiento de sus responsabilidades como líder.
¿Cómo se mide el éxito de un CEO?
Conocer la descripción de cuáles son sus tareas y responsabilidades es un buen primer paso para que un CEO sepa cómo está y cómo se siente. Pero él debería tener su propio sistema de medición. ¿Es frecuente que mandos intermedios, tales como directores de departamento o jefes de equipos, le digan cómo ven lo que el CEO está haciendo? Es muy probable que no, ya que podría ser que cada uno de ellos (a nivel de crítica individual) considere que le están socavando la autoridad.
Pero la cosa va a más: incluso cuando un CEO pide comentarios honestos, cualquier persona con responsabilidad en el organigrama tiene ciertos reparos a quedar mal, llegando a pensar incluso que puede comprometer el desarrollo de su carrera profesional.
Por otro lado, la junta directiva o el consejo de administración a menudo están más preocupados por el valor de las acciones en bolsa que por las políticas que a diario lleva a cabo el CEO.
Pero es justamente esta conducta de cada día la que ayudará finalmente al valor de las acciones de la compañía, por lo que si no hay un seguimiento de un órgano superior sobre las acciones realizadas, el CEO tendrá más confianza en sí mismo (o autoconfianza), justamente lo que no debería hacer en el nivel de competitividad actual que tienen los mercados.
Por tanto, los comentarios y críticas fundadas son bien recibidos por parte de los líderes efectivos que están ejerciendo el rol de CEO, porque no todo es el precio de las acciones. Esto tiene que quedar muy claro: las medidas externas miden la empresa, no necesariamente determinan con precisión cuáles han sido los errores o aciertos del CEO.
Un precio bajo de las acciones generan alarma tanto al consejo de administración como a inversores, aunque no termina siendo un fiel medidor de las acciones que el CEO ha emprendido. De ahí que los líderes efectivos exijan sin limitaciones comentarios, críticas o análisis en las reuniones de equipo, porque es la auténtica medición que debe interesarle.
Esta es la filosofía con la que se trabaja en todas las organizaciones punteras a escala global. De hecho, son millones de pymes en todo el mundo las que a diario incorporan muchas de las acciones que han seguido los grupos empresariales líderes.
Esta tendencia va en aumento porque en el ámbito privado hay una excelencia cada vez mayor en el ejercicio de un liderazgo efectivo.
¿Y en la política?
Una vez más, lejos está ese nivel de excelencia que nos gustaría. Hay muchos políticos de comité que ejercen la adulación y no la crítica. La rigidez absoluta de los líderes políticos -en cuanto a su necesaria consolidación como líderes sin que nadie les haga sombra-, lo único que pone en evidencia es la falta de capacidad, en términos de liderazgo, para dirigir personas que piensen, tengan autonomía y enriquezcan la gestión del presidente del partido porque está en su filosofía el debate interno. Este no existe, aunque se diga que sí.
No es bueno mantener una identificación casi absurda, sin fisuras, con un líder político, justamente porque es lo contrario a lo que la doctrina actual del liderazgo propugna.
Pero esto no lo veremos cambiar en el corto plazo. Seguiremos teniendo tecnología del siglo XXI con políticos del siglo XX, lo que es lamentable por la demora que provoca en el desarrollo de cualquier sociedad que quiera estar con los tiempos.
Hemos dicho en ocasiones anteriores que no se puede ir en contra de la historia. Falta decir que la historia del presente pasa por el meridiano de la innovación tecnológica, el desarrollo científico, las nuevas formas de trabajo que se irán creando en los próximos años y una larga ristra de circunstancias que no están en la mentalidad de nuestros candidatos, más preocupados por sillones y bloqueos institucionales que no deberían suceder.
Artículo coordinado por José Luis Zunni, director de ecofin.es y vicepresidente de Foro ECOFIN, en colaboración con Salvador Molina, presidente de Foro ECOFIN, y Antonio Alonso, presidente de la AEEN (Asociación Española de Escuela de Negocios) y secretario general de EUPHE (European Union of Private Higher Education).