Talentocracia y liderazgo colaborativo. Dos propuestas que cambiarán el mundo. Pero, ¿cuándo? Pues en ello estamos y vaya desde aquí nuestro aplauso a aquellos líderes que no nos amenazan con tocarnos un aburrido solo de batuta. ¿Se imaginan?
Siempre hay un líder de la manada, por supuesto. Como también suele haber un director de orquesta para que suene armónica la suma de instrumentos. Todos los músicos tienen un talento individual que merece reconocimiento, pero el talento unido en mestizaje musical genera una melodía que alcanza la excelencia.
El director de orquesta no es más que ninguno de sus músicos. Más aún, cada músico puede poner armonía a cualquier reunión con su instrumento; pero el director no puede hacerlo sólo porque mueva su batuta ante un círculo vacío de músicos. ¿Quién es más poderoso: el músico con su herramienta o el director de orquesta en su desnudez?
La inteligencia colectiva de una orquesta o de una empresa necesita de un líder que la potencie, organice y dirija. Sin embargo, con no poca frecuencia, hay directores de orquesta a los que se les va la cabeza pensando que son ellos los imprescindibles, los talentosos y los que tienen la batuta para el ordeno y mando.
Es el momento para la pausa y la reflexión: ¿Quiénes somos nosotros y quiénes queremos ser?
¿Somos aquel director de orquesta dispuesto a sacar lo mejor de los músicos que dirige? o, por el contrario, ¿nos hemos convertido en el celoso divo que exige el aplauso del público, el reconocimiento de sus empleados y la gloria eterna por su supremacía en el talento humano?
Recordemos que no hace mucho éramos un habitante desnudo de las cavernas. Recordemos que un director de orquesta no suena (ni bien, ni mal) sin la contribución de la suma de talentos de sus instrumentistas. Asumamos que el líder del siglo XXI no es, nada más y nada menos, que aquel hábil albañil capaz de construir un muro compuesto por el talento individual de las personas que conforman su organización.
El líder no es más que un agricultor que siembra semillas, cultiva las plantas, riega con formación y estímulos para que, finalmente, se puedan recolectar buenas cosechas.
Y si a pesar de todo quieres seguir siendo el director de orquesta, cambia la banda sonora de tu vida. Aparca la orquesta sinfónica y crea un grupo de jazz. Me lo enseñó el otro día el gran gurú Juan Ferrer. Porque en una orquesta de jazz hay poco de imposición y mucho de orquestación de talentos individuales creando juntos una música armónica y buena para todos. El director de la banda también toca un instrumento, no es más que otro músico. Pero entre todos, han cambiado el modelo de gestión desde el liderazgo autoritario de la batuta al liderazgo colaborativo de la banda de jazz. ¡Así sí!
Salvador Molina, presidente de Foro ECOFIN y consejero de Telemadrid.
(Artículo original publicado en La Razón)