El cambio de expectativas puede ser generador de estrés al igual que la forma de pensar, comportarse, hablar y actuar que tiene las personas de nuestro entorno, ya que a veces no es la que esperamos. Es imposible predecir ni predeterminar las acciones de los demás. Ya tenemos bastante con presupuestar las nuestras dentro de los cambios que el entorno nos está exigiendo.
Todas las personas tienen diferentes valores, pero especialmente sus hábitos y sus conductas son las que más nos impactan. Nos pueden afectar más o menos, pero algún tipo de influencia producen.
Como sostiene el gran gurú Tony Robbins cabe hacerse la pregunta de “¿qué pasa si la única forma en que puede ser feliz una persona es que todos actúen o se comuniquen en cada momento de manera que satisfagan sus expectativas ideales?”. A continuación explica a su auditorio que entonces es mejor planear una vida de continua decepción y dolor.
¿Cuál es la solución Robbins?
Cambiar las expectativas de apreciación que determinará ese momento en que lo que usted hace provoque que todo su mundo se transforme.
Me parece interesante y al mismo tiempo inquietante, cuando Robbins afirma que “tal vez tengas la suerte de tener estas amables experiencias con amigos cercanos que te quieren y que tienen los estándares más altos para actuar de esta manera. Pero, cuanto mayor sea el grupo de personas con que interactua, mayor será la posibilidad de que recibas una variedad de respuestas; y si su bienestar se basa en que los conocidos actúen de cierta manera para usted, simplemente no tendrá mucho bienestar”. Y es en este punto en el que insiste en el cambio de las expectativas para que todo el mundo en el que vivimos y de algún modo creemos, vaya transformándose.
¿Qué es lo que quiere decir Robbins? Que el mundo cambia para cada persona sólo cuando es desde su interior, cuando revisa sus principios y valores. Uno de los asistentes a sus seminarios le dice que no necesita ser motivado, a lo que él responde que no se dedica a motivar a nadie, que es un error.
En cambio Robbins se define como el hombre why, porque no descansa en hacerse preguntas y hacerle entender a las personas que también deben responder a ciertos interrogantes. Considera que es lógico que esas cuestiones se les presenten con mayor o menor incidencia en diferentes momentos de la vida.
Destacan entre estas cuestiones que una persona puede plantearse una serie de preguntas que todo el mundo quiere saber: ¿Cuál es el motor de nuestras acciones? , ¿qué es lo que me mueve en la vida hoy y no hace diez años? La respuesta que Robbins da a todos sus seguidores es siempre la misma: cree firmemente que la fuerza más poderosa que mueve a las personas son las emociones.
Pero cuidado con centrar todo en el ámbito emocional dejándole un papel menor a nuestro pensamiento. La cuestión no es si hay que ser más emocional, si hay que tener una mente fría o viceversa, sino que lo que realmente hace que una persona esté en armonía consigo misma y con el entorno, es un cierto equilibrio entre ambas capacidades. En lo que Robbins insiste, y con razón, es que la fuerza impulsora que nos motiva proviene siempre de una o más emociones. También esto nos lleva a otro principio que debemos aplicar en nuestra vida: no actuar sin pensar y menos pensar y no actuar.
El impulso lleva a reacciones desmedidas y que con facilidad generan crispación cuando no hieren sentimientos de otras personas, que generalmente provienen del círculo más próximo al individuo: su familia y amigos. Por algo el dicho “cuánto más quieres más hieres” porque es la naturaleza humana que nos hace reaccionar y descargar nuestra ira, decepción, enfado, etc. con la persona más próxima a nuestros sentimientos.
Entonces, la otra parte de este necesario equilibrio, es actuar sin dubitaciones una vez hayamos focalizado como corresponde la acción que vamos a acometer. En definitiva, pensar demasiado y ser lentos en la acción es tan malo como reaccionar a la primera sin pensar ni medir las consecuencias.
De ambos extremos que buscan el equilibrio surge una de las competencias emocionales de mayor valor en las relaciones interpersonales: la actitud. Y esto lo vemos todos los días, desde el cartero, pasando por el portavoz de un partido en el Congreso de los Diputados, hasta el jefe que tenemos en el trabajo. La actitud termina siendo una especie de catalizador entre ambas posiciones que determina nuestro carácter y define nuestra personalidad: la inteligencia, las decisiones críticas, las emociones, la forma de gestionar nuestra reacción ante los problemas, obstáculos, retos, etc.
Cuando a la actitud le acompaña nuestra plenitud de consciencia sobre lo que queremos en la vida cobran sentido aquellos valores y principios que tenemos alojados en nuestro mapa mental y a los que recurrimos de manera automática una y otra vez todos los días de nuestra vida, no para juzgar, sino para diferenciar lo bueno de lo malo, lo posible de lo imposible, lo que vale la pena de lo que no, etc.
Cuando se cuenta con esa fuerza que nos da la actitud sostenida por una motivación importante, empiezan a tener sentido muchas de las cosas por las que luchamos en la vida: familia, trabajo y protección de los nuestros. Lo mejor para ellos es lo mejor para cada uno de nosotros. Convertiremos en resultados positivos los esfuerzos que hicimos gracias a la actitud y la motivación.
Toda nuestra existencia termina acomodándose a la realidad tal cual es y no a la realidad que nos gustaría que fuera, porque de esta manera se sufre por el gran abismo entre deseos imposibles y realidades palpables.
Disponible el anterior artículo de José Luis Zunni.
Artículo realizado por José Luis Zunni, director de ecofin.es y vicepresidente de Foro ECOFIN.