Y se reunieron en torno al fuego. Y vieron que el fuego era bueno. La lumbre permitía calentar sus cuerpos. Y esa hoguera daba luz y generaba un círculo amplio de visibilidad dentro de la cueva. Alguien acercó un trozo de caza. Y la carne quebró su semblante por el calor, pero el aroma era bueno. Probaron la carne tostada y gozaron del sabor. Fue el primer círculo.
Eran comunidad: cazar juntos, distribuir tareas y aceptar a un líder que organizaba la tribu. ¡Sí!, eran una tribu, una entidad con personalidad propia y distinta a otras. Ahora tenían aquel fuego, su luz, comida cocinada, útiles y herramientas, experiencias que compartir, una historia, una artesanía y, por qué no, una cultura. ¡Eran más fuertes!
El círculo representa la inteligencia compartida. El talento de cada uno hace más poderoso a todos. Es el incremento exponencial que aportan las mentes compartiendo. Siempre hay un líder de la manada, por supuesto. Como también suele haber un director de orquesta. Todos los músicos tienen un talento individual, pero el talento unido en mestizaje musical genera la excelencia.
El director de orquesta no es más que ninguno de sus músicos. Más aún, cada músico puede poner música a cualquier reunión con su instrumento; pero el director no puede hacerlo sólo porque mueva su batuta. ¿Quién es más poderoso: el músico o el director en su desnudez?
La inteligencia colectiva de una orquesta o de una tribu necesita de un líder que la potencie, organice y dirija. Sin embargo, con no poca frecuencia, hay directores de orquesta a los que se les va la cabeza pensando que son ellos los imprescindibles con su batuta de ordeno y mando.
Es el momento para la pausa y la reflexión. ¿Somos aquel director de orquesta dispuesto a sacar lo mejor de sus músicos? o, por contra, ¿nos hemos convertido en el celoso divo que exige el aplauso, el reconocimiento y la gloria eterna?
Recordemos que no hace mucho éramos un habitante desnudo de las cavernas. Recordemos que un director de orquesta no suena (ni bien, ni mal) sin la suma de talentos de los instrumentistas. Asumamos que el líder del siglo XXI no es, nada más y nada menos, que aquel hábil albañil capaz de construir un muro compuesto por el talento individual de las personas que conforman su organización.
El líder no es más que un agricultor que siembra semillas, cultiva plantas, riega con formación y estímulos para que, al fin, se puedan recolectar buenas cosechas. Esa es la esencia de un líder.
Salvador Molina, presidente de Foro ECOFIN y consejero de Telemadrid
(Artículo publicado en el diario La Razón)