El miedo es nuestro aliado

Era un día alegre de sol y montaña. Ya habíamos hecho cumbre en uno de los pocos 2.000 del Pirineo navarro. Sólo nos quedaba bajar la montaña, aunque ya alguno miraba el reloj con prisas.

El líder del pequeño grupo de compañeros de colegio mayor conocía bien el terreno. Era el único que había subido la montaña varias veces. Era un abuelo -un veterano de último curso- y, quizá por ello, todos los novatos que vivíamos por primera vez eso de subir al monte, no acabábamos de entender porqué no había ninguna novata escondida en aquella excursión tan poco voluntaria y tan improvisada de un día para otro.

Comenzamos el descenso. Tras un par de revueltas, parecía que la montaña se cortaba. Los primeros en llegar se asomaron al balcón del barranco. Y entonces llegó nuestro líder. Fue el momento de dudas, de incertidumbres, de miedos.

“¡Hay que bajar!”, se le escuchó decir. ¡Claro que hay que bajar!, ¿pero por dónde? No entendíamos nada. Yo me asomé y vi una inmensa cascada de piedras. Rocas sueltas en un enorme río que descendía haciendo una pequeña curva, ladera abajo, en una extensión de no menos de un kilómetro.

Nuestros corazones latían tan altos, que creo que se sincronizaron. O quizá era una sensación subjetiva que compartíamos todos ante el estado de ansiedad y estrés generado en décimas de segundos.

Cada uno escuchaba la explosión del bombeo sanguíneo. Con seis bombas tóxicas nos dopaba nuestro organismo. Ni el matasanos, nuestro compañero de primero de Medicina, era entonces capaz de explicarnos que el chute nos aportaba cortisol (un liberador de glucosa en sangre), glucagón (metaboliza los hidratos de carbono que generarán glucosa), prolactina (sintetiza estrógenos), estrógenos (desinhibe y potencia), testosterona (nos hace más machos) y progesterona (contribuye a tensionar). Estas seis hormonas del estrés son el antídoto natural contra los miedos.

Y es que el miedo ha salvado muchas vidas. Es verdad que el miedo paraliza; por ello a veces, el miedo es una herramienta innata del ser vivo que permite mimetizarse con el terreno, no hacer ruido, dejar de ser presa y pasar desapercibido para el cazador. Miedo no es sinónimo de fracaso. Asumir nuestros miedos, aprender a gestionarlos, es la base del éxito.

En nuestro caso, el guía nos ilustró con un mundo desconocido para los no montañeros. Estábamos ante un canchal, una formación producto de la meteorización del agua entre las rozas y los cambios de temperatura en la alta montaña. Las piedras desprendidas durante miles de años generan derrubios, piedras sueltas bajo un suelo firme sobre el que resbalan a la menor presión. Son largas lenguas de roca triturada por la erosión que forman interminables canales verticales. En fin, si intentas bajar con tiento, acabas rodando vertiente abajo.

¡Y se lanzó él primero! Nuestro guía era un valiente. No podíamos creer que alguien decidiera despeñarse por decisión propia; pero vimos cómo se reía, gritaba y daba brincos como agitado por una pulga. En poco más de 5 minutos había descendido casi toda la montaña que nos llevó casi dos horas subir. Y nos hacía señas para que le siguiéramos. ¡Aquello parecía divertido!

Las hormonas del estrés se remansaron y la sensación de miedo dejó paso a una sensación de tensión robótica. Entonces vino el aprendizaje. Como saben los montañeros expertos, estos canchales permiten realizar un esquí en seco, pegando botes sobre las piedras sueltas y clavando talones para pegar un nuevo brinco. No se puede parar, ni tampoco acelerar demasiado.

Cuando me tocó saltar, no dudé ni un segundo. Interiormente funcionó, como en otras muchas ocasiones, aquel eslogan de la niñez: “Si otro puede, tú también”. Nada que otro pueda hacer, nos puede limitar a nosotros. Un principio que he aplicado muchas veces en mi vida: al saltar desde un risco hacia la poza de una foz de la que no se vía el fondo o al saltar de una montaña desde un parapente.

Al descender aquel canchal tuve la sensación de flotar, como si fuera el espacio cósmico, como más tarde cuando volé en paracaídas. Eran la montaña y tú, el silencio y el rumor de las rocas rodando alrededor y generando una estela como en el esquí o el mar.

La gestión del miedo es un gran reto. El capitán que manda una compañía en acción de combate sabe que no puede mostrar sus miedos a los cien soldados bajo su mando; pero también sabe que necesita evaluar las situaciones con la prudencia que aporta el miedo a las incertidumbres, porque el exceso de adrenalina, testosterona y otras hormonas propias de la acción llevan al mando a un exceso de euforia ante situaciones extremas de toma de decisión que necesitan equilibrarse con una buena dosis de realismo, temor y templanza.

No hay que tener miedo a sentir miedo. A un soldado se le enseña a superar sus miedos, pero también se le explica la diferencia entre la valentía (superación del miedo para ir más allá del deber) y la temeridad (ausencia de miedo que lleva a tomar decisiones arriesgadas innecesarias). Miedo, sí; pero bajo control. Aprendamos a controlarlo en el gimnasio del liderazgo emocional.

Salvador Molina, texto publicado en el ‘Libro Blanco de las Emociones y Valores’ (2020) editado por la Escuela de Liderazgo Emocional (ELE).

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