No tendrá Reino Unido jamás vocación política -sino económica- de pertenencia a la Unión Europea. Su soberanía es la libra esterlina y lo seguirá siendo al menos durante este siglo XXI. La paridad libra-euro marca la emotividad europeísta de los ingleses. La famosa flema británica cotiza en la City. Pensar lo contrario es no conocer a los ingleses e ir a contrapelo de la historia.
¿Europa puede permitirse el lujo de prescindir de la segunda economía de la UE y de la gran potencia militar –junto a Francia- de Europa? Este es el desafío que lanzó el premier David Cameron el pasado fin de semana y su moneda de cambio para que los líderes de la Unión le hayan dado un cheque privilegiado en la pasada cumbre que analizó el Brexit, la posibilidad de salida del Reino Unido de la familia europea.
No, los británicos no son europeístas de corazón, sino de cartera. Les conviene el mercado europeo como complemento a su propio mercado interno. Pero ante todo: la libra esterlina y el Banco de Inglaterra, la City como gran plaza financiera mundial (de Asia, del petrodólar, de China…), los paraísos fiscales (sus colonias son el 20% de este mercado mundial en la sombra) y, sobre todo, del otrora Imperio Británico.
Recordemos que su soberanía económica subyace en una libra esterlina apalancada en la Commonwealth of Nations, otro auténtico espacio económico que le ha permitido a Reino Unido poseer hasta los albores de la Segunda Guerra Mundial un tercio de la superficie del planeta. Estas relaciones con sus viejas colonias se ha modificado, pero la vieja Commenwealth sigue vigente, conformada por 53 países con una población estimada en 2.300 millones de habitantes y una superficie de 29 millones de kilómetros cuadrados con el inglés como su lengua oficial.
Europa continental no lo es todo para un pueblo aventurero, dominador y acostumbrado a esa globalidad que otros acaban de descubrir. El Reino Unido mercantiliza su sentimiento europeo poniendo en el otro platillo de la balanza su propia idiosincrasia, pero más que nada razones económicas, equilibrios de mercados no europeos y el coste económico de políticas sociales y migratorias que más allá de la ética, solo contabiliza en libras (una moneda más costosa que el euro).
Viene de lejos
Fue durante en el tramo final de la Segunda Guerra Mundial, después de la invasión de Normandía el 6 de junio de 1944, cuando se hubo de decidir qué tropas y al mando de qué generales llegarían primero a Berlín. El orgullo británico puso sobre la mesa la necesidad de que fuera el general inglés Montgomery, quién estaba en posición estratégica de desventaja respecto del general norteamericano Patton; pero el comandante supremo de las fuerzas aliadas Dwight Eisenhower tuvo que ceder frente al premier Churchill y una vez más los ingleses pudieron torcer la contienda bélica en su favor.
La historia no espera a nadie y menos cuando los errores en el liderazgo europeo de los últimos años ponen de manifiesto con la negociación aparentemente triunfante de Cameron, que Europa sigue sumida en una profunda crisis de identidad que asume características múltiples, como también diversos y complejos son los problemas a los que los europeos nos estamos enfrentando en los últimos meses: crisis de refugiados que aún se va a complicar mucho más una vez entremos en primavera; una nueva y preocupante situación de solvencia de la banca habida cuenta de los últimos reveses en el valor de los activos de este sector impactados a partir de la crisis en los mercados chinos; los siempre presentes problemas de seguridad que en 2015 se han multiplicado por culpa del terrorismo yihadista… En suma, Cameron no es consciente de las consecuencias que su patada en el tablero europeo ha provocado.
Cameron mató a Europa

David Cameron chantajeó a la UE con el Brexit para obtener privilegios que no le aseguran la victoria en el referendum del 23 de junio.
Los ciudadanos europeos están cansados de que un día sí y otro también se esté poniendo en duda la realidad del proyecto de la Unión Europea, evidenciando su incapacidad para hacer frente como bloque político-económico común a los problemas a los que se enfrenta. De hecho, si Reino Unido puede tener privilegios, ¿por qué no tenerlos Malta, Grecia, Irlanda o España?
Lo más serio y preocupante que sacamos en limpio de estas negociaciones entre Bruselas y Londres es sin duda alguna el cuestionamiento que se puede hacer a los principios de solidaridad, que son la base que han defendido los padres fundadores de Europa desde el Tratado de Roma de 1957, un lugar donde ya Reino Unido rechazó estar.
Cameron ha retornado exhausto después de dos días de auténtica lucha con sus pares europeos en Bruselas, hablando loas sobre el paquete de reformas que había conseguido; pero las ha presentado a sus ministros y a la ciudadanía en general, como un éxito mucho mayor del que realmente es. Basta ver cómo las ha denominado: “Britains’ new settlement with the European Union” (Nuevo acuerdo de Gran Bretaña con la Unión Europea).
Y será el 23 de junio el día del referéndum, justo 41 años después de que en 1975 Harold Wilson consultara al pueblo británico si quería permanecer en la que por entonces era la Comunidad Económica Europea, en la cual había ingresado dos años antes por iniciativa del primer ministro conservador Edward Heath.
Las primeras declaraciones de David Cameron frente al número 10 de Downing Street podrían convertirse en una victoria pírrica, porque además de una sociedad dividida sobre la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea, nada menos que seis ministros del Gobierno están a favor de romper con Maastrich.
Ha sido una dura pelea en Bruselas para, por fin, lograr lo que se ha dado en llamar el “encaje británico” que no es ni más ni menos que un status especial. Se enfrentan dos situaciones claramente opuestas: por un lado proteger los intereses británicos para dar una respuesta satisfactoria a sus peticiones; en frente países líderes de la UE como Francia que han dejado claro a través de su presidente Hollande, que afirmaba con rotundidad que deben atenderse los intereses de Reino Unido, pero no en detrimento de los derechos de los demás estados miembros de la UE.
Históricamente las diferentes posiciones políticas y económicas que ha asumido Reino Unido a lo largo de su historia, le han granjeado la fama de no dejarse ni influir ni presionar por los intereses de otros países, ni siquiera sus aliados. Los complicados y a menudo contradictorios sentimientos de Reino Unido, tanto sobre sí mismo como sobre su lugar en el mundo, ahora aflorarán con toda la fuerza porque hay una fecha límite que es el referéndum del próximo verano.
Nuevamente surgirán todos los argumentos tanto favorables como los que siempre han estado sobrevolando a casi la mitad de la ciudadanía y a los políticos, el llamado Brexit (Britain exit) que más coloquial no puede ser: la salida de Gran Bretaña. Pero la cuestión también afecta de manera directa a Cameron: si llega a ganar el referéndum podrá quedarse un largo tiempo en el 10 de Downing Street porque también habrá conjurado una división en su partido.
En el caso de que lo pierda, sus días en la política inglesa estarán contados porque le pasarán facturas unos y otros. Los partidarios del no por su posición europeísta; y éstos, por haber llevado fuera de la UE al Reino Unido de una manera torpe.
Los mercados no están por el Brexit, ya que la económica británica se resentiría con una caída estimada del 6% del PIB.
Dada la trascendencia de la decisión, se escuchan voces muy autorizadas que ya están planteando que no se puede dejar sólo al partido conservador esta decisión, porque es una cuestión de todos.
En plena crisis del euro en 2012 muchos influyentes políticos y economistas ingleses se frotaron las manos por no pertenecer a la Eurozona. Pero hoy día, en la campaña que Cameron quiera llevar a cabo para convencer a la ciudadanía por las ventajas que significa permanecer en la UE (compromiso que ha asumido con sus homólogos europeos) volverán otra vez las dudas sobre las cuestiones que Bruselas no resuelve.
Dos veces fallidas había intentado Gran Bretaña entrar en Europa, en 1963 y 1967, por la negativa del presidente De Gaulle, que conocía muy bien a los ingleses. Y los que hoy crean que Reino Unido siente vocación de permanencia en Europa porque el propio primer ministro británico lo diga, se equivocan. Fueron los ingleses los primeros que después de la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética, en querer incorporar a los viejos países del pacto de Varsovia, porque la apertura de la UE hacia el Este era crear un gran mercado.
¿Existe Europa? ¿Sólo es un mercado de convertibles? ¿Cambiamos sentimientos por billetes, razones por privilegios?
David Cameron ha colocado una bomba de relojería en el corazón mismo de la Unión Europea. ¿Cuándo y cómo estallará Bruselas?
Salvador Molina, José Luis Zunni y Oscar Barja Conde, destacado profesional y empresario de los medios de comunicación y miembro de la Junta Directiva de Governance2014.