Los escenarios que el mundo actual nos deja día a día en los ámbitos políticos, económicos y sociales, son cada vez mejores indicadores de la importancia del rol protagonista que la mujer ha venido asumiendo en los últimos años. No admitir este hecho es como ignorar la ley de la gravedad o negar el cambio climático. Porque la integración de la mujer en posiciones de liderazgo, ha sido y sigue siendo esencial para el crecimiento y desarrollo de los países. Hay mucho camino por recorrer aún, pero ya ningún líder hombre mira con recelo al liderazgo de una mujer, porque justamente, es su integración en niveles de toma de decisiones, la que ha beneficiado sustancialmente a empresas y países. Y este también es un dato incuestionable.
En ocasión de una Cumbre de la Mujer en Latinoamérica, una de las directivas responsables afirmaba en su ponencia: “cuando una llega a un país en el que no ha estado nunca, debería formular la pregunta de cuál es el grado de integración de la mujer en la sociedad, entonces sabrá de manera directa el tipo de país que es”. Obviamente, en referencia clara a si es una sociedad más o menos moderna y desarrollada.
Fred Kiel, director ejecutivo de KRW Research Institute, con oficinas central en Minneapolis, Minnesota, Estados Unidos y con filiales en Berlín, Londres, Paris y Génova, ha llevado a cabo un estudio sobre la importancia del carácter en los líderes, cuyo trabajo de campo se realizó a lo largo de siete años. Lo que sorprende es que después de analizar la valoración que los empleados hicieron sobre 84 CEO’s comparando en cada caso con los resultados que obtenía la compañía, el atributo integridad del líder era factor determinante.
El fundamento para que los empleados hiciesen su evaluación en una escala de 1 a 10, era cómo valoraban la integridad de ese líder. Se destaca con claridad que hay una correlación entre buenos resultados económicos de las organizaciones que participaron en la investigación con el alto nivel de integridad que sus respectivos líderes tenían en base a la encuesta a los empleados. Las conclusiones fueron rotundas: las empresas en las que el líder estaba muy capacitado pero muy focalizado en su interés personal, no eran aquellas cuyos resultados destacasen tanto en materia operativa como financiera. Por el contario, aquellos líderes que estaban focalizados hacia la gestión de las personas y cuyo liderazgo era de integración, tenían los mejores estándares operativos y financieros.
En nuestra aportación de hoy, partimos de la categorización que Fred Kiel y su equipo han llevado a cabo sobre el concepto de integridad, como mostramos en la gráfica 1.
Entonces vamos a introducir un aspecto que no ha destacado la investigación referida, que tiene que ver con el liderazgo de la mujer.
Los atributos de integridad y responsabilidad corresponden al ámbito de la razón. Los del perdón y la compasión corresponden al dominio del corazón.
En realidad vamos a precisar aún más sobre éstos últimos: también corresponden al ámbito de la mente, pero forman parte del hemisferio derecho del cerebro, en dónde subyacen las emociones y sentimientos. Es evidente que las llamadas competencias emocionales que se gestionan mentalmente desde este hemisferio, tienen cada vez más un componente muy vinculado al liderazgo de la mujer, porque es la que está mejor preparada fisiológicamente (experimentos sobre áreas del cerebro así lo demuestran) y psicológicamente. Sus componentes emocionales como mujer líder, le facilitan una capacidad de adaptación a la psicología individual de las personas (sus preocupaciones, problemas, creencias, etc.), pudiendo llegar a niveles de liderazgo muy destacados, por los que los hombres tienen que hacer un esfuerzo mayor para alcanzar las mismas cotas. En términos más coloquiales: están mejor dotadas para liderar desde el momento en que las emociones y los sentimientos vienen caracterizando al liderazgo actual, cada vez más humano, más preocupado por la felicidad de las personas, por evitar los conflictos o cuando se producen, tener la suficiente mano derecha e izquierda para resolverlos.
La integridad y la responsabilidad de la mujer, está fuera de toda duda. No queremos con esto significar que el hombre no pueda estar a la altura. ¡No! Lo que queremos significar es que en los últimos veinte años, tanto en los ámbitos laborales como universitarios, la mujer ha demostrado que es muy exigente con ella misma, porque ha tenido que esforzarse mucho más que el hombre para demostrar sus capacidades y habilidades, a tal punto que aún hoy se está discutiendo el porcentaje de mujeres que en Europa y en particular en España, están ocupando puestos de alta dirección. Además de lo obvio, que todos los días ya no nos sorprenden datos que sonrojan en cuanto al paro femenino o al nivel de salarios por el mismo trabajo.
En la gráfica 1, cuando el factor integridad se refiere a actuar en base a nuestros principios, valores y creencias, así como cumplir lo prometido y defender lo justo, también chocamos de repente con la vocación de liderazgo de muchos hombres que cumplen perfectamente con estos ideales. La cuestión radica entonces en cuál es la construcción mental (tanto racional como emocional) que la mujer hace con mucha más naturalidad que el hombre, sobre la adaptación e integración de estos atributos como forma de su carácter y personalidad.
No les quepa duda, que en cuanto al sentido de justicia, el liderazgo de la mujer está absolutamente probado que forma parte de su ADN. Porque es más justa por su propia naturaleza. En cuanto al cumplimiento de la palabra, los hombres son más proclives a modificar o ajustar (para ser benévolos) promesas dadas en aras de algún beneficio mayor. Digamos que la política es un atributo muy marcado en el hombre, al menos cuando ve la necesidad de cambiar o modificar la palabra empeñada. En este punto, la mujer en el liderazgo cumple a rajatabla lo que promete, especialmente cuando en lo que está en juego es la justicia, el bien común y los principios. O sea, el liderazgo de la mujer es más aglutinante que el del hombre en cuanto a integridad.
En cuanto a la responsabilidad, que según las conclusiones del estudio de Kiel pertenece también al ámbito racional, afirmamos que la experiencia en la gestión de organizaciones y en el liderazgo en general, al hombre le cuesta más reconocer un error y desde ya que le es muy complicado admitir un fracaso. Como si la vida le fuera en ello. La mujer es más directa y en cierto sentido más honesta. No le preocupa tanto el error o el fracaso en sí, como el daño que puede provocar no admitir ni reconocer cuando en su posición de liderazgo las cosas no han salido bien. Y la mujer en este punto también le gana al hombre, porque reacciona más rápido para corregir, especialmente cuando se trata de asumir una responsabilidad delante de su personal, equipos, etc. Cree la mujer líder que las actitudes ejemplarizantes hay que cuidarlas y no hay mejor formación que se pueda dar al personal, que hacerlo desde los momentos adversos.
En cuanto al ámbito que el estudio hace referencia al corazón y que nosotros matizamos como de nuestras competencias emocionales, ya son muchas las evidencias en el liderazgo de la mujer por el que nadie puede dudar de su tremenda capacidad para comprender, ponerse en el lugar del otro, perdonar y sentir compasión.
Artículo coordinado por José Luis Zunni, director de ecofin.es y director de investigación de Madrid Woman’s Week en colaboración con Carmen Mª García, presidenta de Fundación Woman’s Week y Salvador Molina presidente de Foro ECOFIN.