La revolución que llegó al salón de casa sin llamar

Mis padres eran de los que decían aquello de ‘qué echan hoy en la tele’. Mi mujer es de las que decía ‘qué vamos a ver esta noche en la tele’. Hoy, en mi casa, mis hijas (y mi mujer) son de las que dicen: ‘que os apetece que veamos hoy: ¿una peli?, ¿una serie?, ¿jugamos?, ¿queréis que os enseñe una cosa que vi ayer en clase o en mi móvil?…

Todas esas experiencias audiovisuales comparten hoy el salón de casa junto a la vieja televisión (analógica, digital o de alta definición) que nos emiten Antena 3, Telecinco o Telemadrid. Todo lo moderno de las viejas cadenas de menos de 30 años se ha desvanecido casi sin darnos cuenta.

Es curioso. ‘La casa de papel’ es un ejemplo vivo de lo que afirmo. Mientras fue una serie emitida por Antena 3, pasó sin pena ni gloria por el salón de mi casa. Nadie le prestó atención. Ni medio capítulo se vio en abierto.

Luego, la gran serie de Atresmedia se coló en la plataforma de pago Netflix. Y ahí si que aterrizó en el salón de casa. Se hicieron maratones de fin de semana para engullir las dos temporadas en el menor tiempo posible. Y hasta al otro lado de la acera nos colocaron una valla publicitaria de 80 metros en los andamios de un edificio en obras.

Fotograma de 'La casa de papel'. Una producción de Atresmedia disponible en Antena 3 y Netflix.

Fotograma de ‘La casa de papel’. Una producción de Atresmedia disponible en Antena 3 y Netflix.

La revolución de la televisión no llega desde la televisión. Es un axioma que aplica a cualquier revolución, que nunca nace dentro, sino que se impone desde las calles. Y así está siendo con la revolución audiovisual y televisiva.

No ha cambiado la tele, ha cambiado la audiencia. Los menores de 35 años diseñan su parrilla de consumo de ocio, información y deporte en audiovisual. Pero lo hacen a su antojo, sin vivir pendientes de la programación televisiva (¡el TP murió con nuestros mayores!).

Y como factor tractor de la revolución, los más jóvenes nos arrastran a los que estamos por encima de esta edad. Ya lo hicieron los nativos digitales con los medios de comunicación digital, con las redes sociales o con la reconversión del teléfono móvil en dispositivo de micro-bloguing (hoy nadie tiene un móvil para hablar, sino para comunicarse).

En mi casa, mis suegros ponen la tele y ven (o no) lo que le echan. Mis hijos cogen el mando y pasan de las pelis de AppelTV o Amazon Premium, a las series de Netflix o los juegos de ingenio de YouTube, pasando por documentales o blogueros de lo más variopinto.

El smartTV de mi salón es un ejemplo de que si la televisión quiere superar la revolución actual (no es un futurible) sólo podrá prosperar sumándose al carro de las nuevas ofertas: atomizadas, a la carta, transmedia, descargas, compartidas, incluso de pago, de calidad, interactivas, imaginativas, buenas, baratas (con precio), sin publicidad, sin ideología, sin patrocinios agresivos, etc., etc.

Es lo que la audiencia quiere, es lo que el público demanda, es lo que la Generación X o Z está dispuesta a asumir.

La otra televisión, ha muerto. ¡Descanse en paz! RIP

Salvador Molina, presidente de ProCom (ATA) y expresidente de Telemadrid.

(Artículo publicado originalmente en Media-tics)

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