Conocí a Miguel Ángel hace algunos años. Tras asistir a una conferencia, se acercó a manifestarme su acuerdo con lo que había comentado. A partir de ese día, fueron sucesivas las ocasiones en que nos encontramos, siempre –salvo una vez- con motivo de alguna conferencia. Al menos en una, por cierto, vino acompañado por María Concepción del Cura, compañera suya en Metro de Madrid.
Si no recuerdo mal, fue al concluir el simposio que Aefol promovió sobre mi pensamiento en febrero de 2010 cuando Miguel Ángel me brindó la posibilidad de conocer algunas infraestructuras de Metro de Madrid. A las pocas semanas, realizadas las gestiones y cuadradas las agendas, tuvo la amabilidad de dedicarme una mañana y de explicarme con afable y técnico detalle el funcionamiento del Metro, incluida la gran sala de mandos, los simuladores, etc.
Me describió con entusiasmo su trabajo y me habló con enorme ilusión de la importancia de las personas.
–Ojalá todos viviésemos aquí todo lo que enseñas, repitió con insistencia.
Amigo de sus amigos; profesional ejemplar; enamorado de su familia, a quien se refirió varias veces en nuestras conversaciones… Mi recuerdo de Miguel Ángel es el de un gran profesional que era también muy buena persona.
Cuando esta mañana he sabido de su fallecimiento, a través precisamente de Concepción, me he quedado de piedra. Sabía de su enfermedad de hace casi una década, pero sólo hoy conozco de esa reciente recaída que se lo ha llevado al Cielo. Me lo imagino allí velando por quienes siguen cuidando de la prevención de riesgos laborales en esa gran empresa a la que todos los que vivimos en Madrid tanto debemos.
Gracias, Miguel Ángel, por tu profesionalidad y sobre todo por tu bonhomía, de la que yo pude disfrutar, siquiera un poco. Gracias también por seguir velando por quienes continuamos bregando por lograr que tu ilusión de un mundo mejor sea realidad.