El periodista José García Abad acaba de presentar su último libro titulado ‘El malvado Ibex’ (Ediciones El Siglo) donde desvela los detalles más polémicos de las relaciones entre el poder político y los grandes magnates empresariales. José García Abad es el director de la revista ‘El Siglo’ y el semanario ‘El Nuevo Lunes’.
La obra pone especial atención en el Consejo Empresarial de la Competitividad (CEC), el supremo “lobby del Ibex”, integrado por 15 magnates de la banca y la industria que crearon este organismo con el objetivo de mejorar el entramado económico, social y empresarial del país. Se trata de “15 machos alfa”, como los denomina el autor, que capitaneados por César Alierta y Emilio Botín, se erigieron como los salvadores de la patria durante los años más duros de la crisis económica. Pero su prepotencia, las luchas de poder, el uso que hicieron de una prensa agobiada por las deudas y los conflictos surgidos a raíz de intereses contrapuestos, acabaron por generar rechazo tanto en el Gobierno como en la población.
¿Qué le llevó a embarcarse en la tarea de escribir un libro como ‘El malvado Ibex’?
Quería saber si el Ibex era un tenebroso poder en la sombra o, más bien, un tigre de papel, como decía Mao Tse-tung. Y hablando del Ibex no podía pasar por alto el Consejo Empresarial de la Competitividad (CEC), el llamado “lobby del Ibex”. Empecé a hacer un planteamiento general de lo que era este organismo y hasta que punto intervenía en política y presionaba a los partidos.
Conseguí hablar con varios de los integrantes, aunque siempre con la promesa de que esa conversación no había existido, y empecé a descubrir cosas muy interesantes como que fueron los que decidieron cargarse a Pedro J. Ramírez, salvar al diario ‘El País’ o influir en la reforma laboral.
Se trata de un organismo que no tiene parangón en el mundo y resulta bastante tercermundista y muy turbador que pudiera ejercer tanta influencia sobre el Gobierno y sobre los poderes políticos.
Usted denuncia que los criterios de selección de los miembros del CEC no eran objetivos. ¿En qué consistían?
Ellos decidían quien entraba y quien no en función de sus preferencias personales, sobre todo las de César Alierta y Emilio Botín que fueron los fundadores de este organismo. La prueba es que están fuera del consejo empresas que tienen más capitalización que otras que sí están dentro. Es una confluencia de grandes empresas, empresas familiares, industriales y banqueros que no tiene sentido porque sus intereses no son los mismos.
Y había otros empresarios a los que no les dejaban entrar…
No había un criterio objetivo para formar parte del CEC. Elegían a sus amigos y a los que no les caían bien les ponían la bola negra. Por ejemplo, Florentino Pérez, presidente de ACS, quiso meter a Borja Prado, presidente de Endesa, pero no le dejaron. Esto creó un conflicto tremendo.
Algunos integrantes del CEC han fallecido y otros han cedido el testigo. ¿Actúan las nuevas generaciones de la misma forma?
Algunos han aceptado la continuidad del consejo de buen grado, pero otros se han sentido presionados. La figura del presidente tal y como se entiende en el mundo anglosajón, que es una persona de prestigio que no interviene en el día a día de la empresa, aquí se ha desvirtuado. El presidente es el que manda y el consejero delegado es un empleado más del presidente.
De todas formas, están empezando a cambiar las cosas. César Alierta se ha ido de Telefónica y José María Álvarez-Pallete está en contra del organismo, ni siquiera les deja reunirse en Telefónica. Ana Patricia Botín tampoco está de acuerdo con este tema y nunca va a las reuniones.
Entonces, ¿acabará por disolverse pronto?
Sí, porque un lobby que se precie no puede estar sobreexpuesto, debe pasar lo más desapercibido posible. Éste ha generado bastantes antipatías. El problema es que no saben cómo disolverlo con cierta dignidad, pero yo creo que en febrero, cuando cumpla el mandato de César Alierta como presidente, dejará de existir.

El periodista José García Abad explica en ‘El malvado Ibex’ cómo ejercen su poder los ‘lobbies’ empresariales.
¿Diría que el CEC ha dañado la imagen del empresario?
Este organismo ha generado antipatías en la población y en el Gobierno. Es legítimo que los empresarios defiendan sus intereses y expongan sus necesidades, pero no a través de una cámara de este tipo. Para eso están las patronales sectoriales, incluso la CEOE o el Círculo de Empresarios. Está claro que este organismo pretendía influir políticamente y prueba de ello es que intervenían en el plano político puro y duro con temas que iban más allá del ámbito económico y empresarial.
Al Gobierno no le gustó nada el plan que presentó el CEC para reducir el paro del 24% al 8% en 2018, ni tampoco el road show que hicieron por las capitales europeas para promocionar España porque consideró que se estaban metiendo en un terreno que no les correspondía a ellos como empresarios.
La prepotencia se castiga y los miembros del CEC están acostumbrados a mandar mucho y no tener ningún tipo de contrapeso en sus empresas.
Asegura que incluso intentó suplantar a la CEOE…
Aunque lo vistan de otra forma el CEC nació con esa idea. Decían que la CEOE no era capaz de influir en el gobierno como ellos podían hacerlo. El objetivo era apartar a la CEOE y que se dedicara a negociar los convenios porque creían que la labor de lobby la hacían ellos mucho mejor.
El libro se centra en lo que usted ha denominado los tres poderes fácticos: banca, eléctricas y ladrillo. ¿Se podría decir que estas empresas mandan más que el Gobierno?
En franquismo había lo que llamábamos los poderes fácticos que eran la banca, el ejército y la iglesia. Ahora, al ejercito y la iglesia las ha sustituido las eléctricas y las constructoras. Bajo mi punto de vista éstos son los sectores más fuertes, aunque hay muchos más. Las eléctricas tomaron mucha fuerza, se independizaron y son un grupo muy poderoso. Es obvio que hay una interconexión entre las empresas y el Gobierno. Los grandes empresarios saben que las decisiones políticas puede afectar a sus intereses, pero los políticos son conscientes de que hay que tratar a los empresarios con cariño.
Deja claro que los tres sectores juegan sus cartas, pero el más corrupto es el del ladrillo…
Con diferencia. Un constructor me dijo: “en el ámbito de las obras públicas en España no se pone un bolardo sin que alguien cobre algo”. El maletín es una herramienta de trabajo. Es un gasto más que las empresas incluyen en su cuenta de resultados.
También tienen gran influencia en los medios de comunicación. Usted afirma que fueron los responsables de la salida de Pedro J. Ramírez de ‘El Mundo’ y del rescate económico de ‘El País’.
Ejercen una gran influencia en los medios porque son grandes anunciantes. Esto pasa en todos los países y no habría por qué alarmarse, pero tampoco es normal que exista una trama para cargarse al director de un periódico, como fue el caso de Pedro J. Ramírez. También apostaron por salvar El País y ahora en su accionariado predominan los banqueros.
Esto lleva a la autocensura que, para mi, es la censura más peligrosa que hay. Ahora los periodistas tienen que estar pendientes de no pisar callos si no quieren jugarse su promoción o su puesto de trabajo.
¿Diría entonces que la prensa independiente ha desaparecido?
La libertad de expresión es inversamente proporcional a la deuda de las empresas. Las televisiones gozan de buena salud pero la prensa era como una vieja dama respetable que cumplía su labor para aquellas personas con mayor avidez por profundizar en determinados temas. Es más, muchas televisiones chupaban de lo que sacaba la prensa. Hoy en día, los medios están en situación precaria y la prensa ha pasado de ser el cuarto poder a ser la servidumbre de los poderosos.
¿Qué papel desempeñó el Rey Juan Carlos en la constitución del CEC?
El Rey se reunía una vez al año oficialmente con el CEC, y cada dos o tres meses con un grupo más reducido de empresarios de forma extraoficial. Los empresarios le estaban muy agradecidos porque en los viajes que hacía siempre vendía bien a las empresas españolas. El problema fue la forma que tuvieron los empresarios de corresponder a esta labor. Los directores de comunicación de las grandes empresas decidieron que había que echar una mano al Rey cuando estalló el escándalo de Corinna y del elefante. Sin embargo, no me parece correcto que utilizaran la influencia que sus empresas tenían en diferentes medios de comunicación para conseguirlo.