Aunque entre los atributos reconocidos en nuestra marca-país existen algunos ejemplos de cualidades específicas de los españoles de hoy, como la solidaridad y la innovación, no se ha contemplado en su verdadera dimensión el talento disperso por el mundo, que es fruto de una creciente proyección internacional del propio país y que se manifiesta a través de individuos y empresas. La propia crisis que ha marcado definitivamente esta segunda década del siglo XXI en España actúa como incentivo en la búsqueda de una solución a través de la globalización y la internacionalidad.
Ejecutivos cualificados de las compañías que han buscado nuevos resultados fuera al contraerse su negocio interior; técnicos solicitados por su experiencia y capacidad que les hace inmediatamente superiores en la comparación con sus colegas de proyectos compartidos; graduados en estudios de perfeccionamiento; misioneros y cooperantes; profesores e investigadores en miles de centros reconocidos; diplomáticos y técnicos comerciales en una renovada acción exterior; y deportistas que han equilibrado con su creciente demanda en el extranjero una balanza deficitaria crónica.
Todos reflejan nuevas actitudes de una proyección exterior sin ánimo de conquista. Reflejan conocimiento y promueven con sus legítimas aspiraciones personales una reputación colectiva que alcanza a todo el país. Probablemente, nunca antes España podía esperar tanto reconocimiento como el que ahora le proporcionan sus expatriados.
Merecerían un análisis más amplio y su valoración como fortaleza, por la que se nos respetan en el mundo.