Ábrete Sésamo

Narra el popular cuento infantil que una banda de ladrones ocultaba los caudales robados en una cueva a la que se accedía tras pronunciar el consabido ¡Ábrete Sésamo!

Con ayuda de su esposa, un pariente de Alí Baba logra introducirse en la gruta. Frente a lo que había hecho su concuñado y protagonista –llevarse lo preciso para vivir una temporada razonable-, el avaricioso Khazimoptó por tratar de arramblar con todo lo posible. En su codiciosa obsesión, el malhadado perdió definitivamente el norte. No recordó, al cabo, ni siquiera lo esencial para poder salir de aquel antro.

alibaba

-¡Ábrete calabaza!, proclamó.

Ante la pasividad de la piedra que servía de puerta, rectificó:

-¡Ábrete zanahoria!

La quietud siguió a su incorrecto grito.

Tratando de dar el golpe de su vida, en realidad la perdió, pues al llegar de nuevo los malandrines, con su perversa magia lo convirtieron en estatua…

¡Cuántas veces la desmesurada ambición provoca la pérdida de la cordura!

La causa de la insania no es sólo ni necesariamente el dinero. En ocasiones, es el supuesto prestigio profesional. En otras, el intento de impresionar a subordinados con capacidades superiores a las reales. No falta tampoco el prurito orgulloso de aspirar a situarse sobre los demás, como si él (o ella) se encontrase por encima de sus conmilitones, y todos debiesen rendir pleitesía a la reina de Saba que algunas y algunos piensa ser.

La gestión de la cordura no es sencilla. Hace no mucho, una dependiente de una gran superficie me manifestó su agrado al ser saludada con un:

-Buenas tardes, ¿Qué tal van las cosas?

Me aclaró el motivo de su sonrisa:

-Menos mal que algunas personas se dan cuenta de que nosotras también lo somos, y no meras prolongaciones de la caja registradora.

Gente hay que queda enzarzada en complejidades interiores –paranoias, esquizofrenias, depresiones, dobles personalidades…- de las que no saben escapar, porque han perdido la capacidad de contemplar con normalidad a su alrededor. Olvidan que debemos aprender de quienes nos rodean, que los demás también agradecen ser tratados con cordialidad, independientemente del puesto que cada uno ocupe en la escala social.

Jorge Cafrune afirmaba en sus Coplas del Payador Perseguido (en las que interpreta una de las grandes obras del maestro Atahualpa) que la vanidad es yuyo malo que envenena toda huerta, pero algunos hay que en vez de procurar controlarla con el azadón -proseguía el cantautor- la cultivan en su puerta.

No pocos de los males que afligen a las organizaciones, tanto públicas como privadas, proceden de patéticos personajes que, al igual que iluminados, creen encontrarse en posesión de la verdad. En su abismal ignorancia, actúan con jeribeques y pamplinas ampulosas empeñados en hacer creer a otros en proyectos que no son sino fanfarrias desentonadas.

La vida económica, la empresarial, la política o la organizativa, al igual que la de cada persona es más sencilla de lo que algunos pretenden. Con gran frecuencia, la complejidad procede de la incapacidad de algunos y algunas por salir de la maraña de obsesiones compulsivas. ¡Cuántas veces basta charlar con una persona sin malear, mejor si ha pasado ya de las seis décadas de vida (al menos cinco), para redescubrir el placer de caminar por este mundo disfrutando y haciendo disfrutar!

Existen dos tipos de personas: quienes te facilitan la vida y quienes te la complican. Los segundos serán incapaces de pronunciar ese ¡Ábrete Sésamo! que facilita respirar aire puro, agua clara, sin quedar encerrado en esas organizaciones o planteamientos endogámicos que tanto agradan a quienes pretenden dominar a los otros por el sencillo sendero de impedirles pensar.

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