Txema Valenzuela
Los periodistas llevamos tiempo de enhorabuena. Nunca habíamos dispuesto de herramientas tan potentes para contar cosas, ni habíamos formado parte de un proceso de innovación tan eficiente y acelerado dedicado a mejorar las comunicaciones. El cambio ha sido tan radical que algunas estructuras no han podido soportarlo, por eso hablo de periodistas, y no de medios de comunicación al uso.
Es obvio asegurar que la relación emisor-receptor ha cambiado. Tras años de ensayo y error, es hora de empezar a analizar el nuevo ecosistema. El periodo de luto por lo que ya no volverá debe de dar paso a un nuevo modo de hacer las cosas en un entorno cambiante.
Para entender el nuevo escenario y adaptarnos tenemos que fijarnos en quien hace posible nuestro trabajo: las personas. Hasta hace unos años, el ecosistema informativo era injusto y poco eficiente. Unos pocos decidían lo que le interesaba a los demás, que se convertían en un conjunto sin voz pero con voto poco cualificado (un euro en el quiosco, una respuesta en una encuesta). Se dice que generalizar es malo, y eso es lo que hacíamos, generalizar.
El lector se llevaba 80 páginas y tenía que pasar por encima varias decenas para llegar a lo que realmente le interesaba, los deportes, la economía, etc. Incluso las secciones no dejaban de ser una clasificación artificial impuesta por el medio.
Este entorno, antinatural, está dando paso a uno radicalmente distinto. Los intermediarios van desapareciendo. Ahora la gente utiliza una cajita de texto para buscar lo que quiere, sin secciones, sin apenas etiquetas. El interés sobre un tema concreto prima sobre el acceso a una cabecera.
Ya no buscamos un texto plano en forma de pirámide invertida. Si un tema nos interesa, no nos limitamos a una fuente: leemos la noticia, vemos un vídeo, discutimos en un blog o comprobamos qué opinan los demás en las redes sociales. Nos fijamos más en la historia y sus matices que en la cabecera, picamos un poco de aquí y de allí para cubrir nuestra necesidad informativa. Somos un agregador de contenidos que obedece a nuestros propios intereses.
Lo expuesto es sólo una parte del cambio. Basta con recordar que el interés común ha desplazado a la cabecera, que las historias que contamos cada vez son más ricas y más profundas, y que no las contamos solos. A la firma habitual se suman opiniones, textos, vídeos o audios de otros autores, etc. La narración surge de un acto individual y se transforma en un relato colectivo. Es un ecosistema más natural, que responde a nuestras necesidades de un modo sencillo.
¿Pero esto bueno para los periodistas? Alguien tiene que liderar o completar el relato colectivo de un modo que el resto de la sociedad no puede hacer, ya sea por falta de tiempo, conocimiento o habilidades. Alguien tiene que iniciarlo, continuarlo o verificarlo. Nuestra participación puede ser fundamental, pero hay que ponerse a ello, dejar el papel de víctimas y asumir que a la gente le van a seguir interesando las buenas historias, aunque nosotros sólo elaboremos una parte.
¿Y el modelo de negocio? Para que exista un modelo de negocio nuestro público tiene que percibir que lo que ofrecemos tiene valor. Ese valor lo puede aportar la confianza que ofrece una firma, un medio concreto o un contenido determinado. Los modelos de negocio serán de lo más diverso, pero sin duda llegarán y funcionarán si primero hacemos los deberes y somos capaces de crear un “producto” que merezca la pena. Asumamos el reto.