Organizaciones enfadadas

El que se enfada tiene doble trabajo: enfadarse y desenfadarse. Es algo que nos decían nuestras madres cuando poníamos morritos. Trasladado al mundo de las organizaciones supone una de las gripes más enfermizas de la cultura corporativa, del buen clima socio-laboral y de la felicacia.

Cada vez que se analizan comportamientos como la queja y la ira en las relaciones interpersonales que tienen lugar en el entorno de las organizaciones, no sólo está afectando el buen ambiente, sino que también está alterando la salud física y mental de quiénes se conducen de esa manera. Quejarse y, más aún, llegar a situaciones de descontrol emocional como es la ira, afecta la salud mental y física de quién lo hace.

¿Por qué las personas se quejan? Es obvio que tienen derecho a hacerlo, la cuestión es la forma en que lo hacen. Pueden llegar a torturar a otras personas de su entorno laboral o familiar con la negatividad constante. En los casos en que ante un enojo muy fuerte se escucha lo que coloquialmente se llama pegar voces, la persona no sólo está sacando al exterior sus emociones, sino que cree que es la manera de sentirse mejor. De desfogarse.

Pero la ciencia sugiere que hay algunos defectos graves en ese razonamiento. Expresar negatividad no sólo no hace que no nos sintamos mejor, sino que también atrapa a las personas de nuestro entorno en actitudes negativas, porque estas emociones afectan por contagio.

El desfogue o dejar libertad absoluta a las emociones para que salgan no es bueno para la salud. Esa rabieta que nos hace pegar cuatro gritos y coloca a la persona en la categoría de irascible y que se deja llevar por la ira, tiene consecuencias.

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No es bueno cargar con negatividad a las personas que están a nuestro alrededor. Muchos de nosotros creemos que descargar esa ansiedad con un grito o con un gesto pegando sobre un escritorio nos hará sentir mejor. Pero en realidad, a las personas que reciben el impacto de nuestro enojo y queja no les hace gracia alguna, los predispone mal para entablar diálogo con nosotros por un rato o todo el día. A veces se quiebran relaciones porque las otras personas temen reacciones extra temporáneas.

Este tipo de situaciones las describe perfectamente Jeffrey Lohr, que dice que “en ese momento en el que se produce esa ventilación del enojo o la ira nos sentimos mejor, pero en realidad es que nos sentimos menos mal”. O sea, no es que mejore nuestro estado sino que tenemos la sensación de que sea menos malo. En definitiva no es bueno, porque nada se soluciona, por el contrario se empeora.

Lohr, professor de psicología de la Universidad de Arkansas, es coauthor del estudio de 2007 ‘The Pseudopsychology of Venting in the Treatment of Anger: Implications and Alternatives for Mental Health Practice’ (La pseudo psicología del desfogue en el tratamiento de la ira: implicaciones y alternativas para la práctica de una salud mental) publicado en ‘Scientific Review of Mental Health Practice’. Al revisar los resultados de la investigación sobre la expresión del enojo -incluyendo los primeros experimentos en 1959- él y sus co-investigadores encontraron que la ventilación carece de apoyo científico y desafía directamente la integridad de la buena práctica de salud mental y pone a las personas en riesgo. Es conveniente pensar antes de gritar, porque la investigación indica que las reacciones con la cabeza caliente pueden aumentar la ira, no disminuirla.

El enojo que provoca la ira es una expresión emocional, pero se está completamente equivocado si se piensa que una vez pasado el mal momento, ayuda a solucionar el problema que nos ha provocado tal reacción.

Muchos otros psicólogos están de acuerdo. En un estudio de 2013 ‘Anger on the Internet’ (El enojo en Internet), publicado en “’yberpsychology, Behavior, and Social Networking’ (Ciberpsicología, Comportamiento y Redes Sociales), los investigadores descubrieron que los usuarios de los sitios de la red en los que se permita el insulto o expresiones violentas son más propensos a la ira en general y más a menudo las personas que concurren a estos sitios participan en comportamientos negativos como las peleas verbales y físicas, o también la conducción imprudente. Los usuarios de dichos sitios no liberan las tensiones de manera ordenada y carente de palabras y expresiones que generen violencia, por el contrario, las alimentan y el nivel de la ira y el enojo crecen.

La evolución de nuestra especie humana ha dado a la ira estadios de desarrollo diferentes, porque en el origen de las andanzas del hombre sobre la tierra la ira era la emoción normal para dar respuesta a las amenazas de la naturaleza, incluyendo otros animales más fuertes que el hombre. Pero en el hombre y mujer contemporáneos, según las investigaciones, hace que el desfogue se convierta en un proceso de refuerzo negativo, porque al expresarse enojo e ira de manera descontrolada, al menos en algunos momentos y frente a determinadas circunstancias, lo que se está produciendo en el cerebro es una reacción encadenada de más ira y enojo.

Nuestro cerebro puede ayudar a disipar la ira si no sale disparada, porque en vez de controlarla la exacerba aún más.

Por ello, los investigadores que han abordado esta temática tan desconocida en la relación interpersonal diaria aconsejan que las personas se comporten de manera asertiva.

Entre los consejos que suelen darse al respecto, tenemos que:

1.- Darse un respiro.

Los estudios han demostrado que la ira se disipa más rápido cuando las personas practican respiraciones profundas, o se relajan caminando y haciendo una respiración pausada. Cuando se está en una situación en la que se siente como si las emociones estuvieran fuera de control, hay que tomarse un descanso.

Cualquier acción que haga imposible sostener el estado de enojo puede ayudar a desactivar la ira.

2.- Buena comunicación interpersonal como vacuna contra la ira.

Expresar afecto a pesar de estar tratando un problema serio es un buen instrumento para desactivar enojos inoportunos o iras desatadas que no conducen a nada. En vez de aprender ciertas habilidades para gestionar la ira, basta con que las personas tengan predisposición para comunicarse sinceramente y con afecto. En vez de confrontación con otra u otras personas, mejor es conciliación. Evitar el acaloramiento de un momento, no dejándose llevar por ese tópico tan habitual de que la culpa no es mía sino de la otra persona. Esto sólo lleva a incrementar la tensión.

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Lo aconsejable es abordar el problema que divide opiniones y genera tensión, en un camino respetuoso en el que se viertan expresiones tales como “me hubiese gustado que me consultaras antes de tomar esa decisión” en vez de liberar con toda la fuerza una expresión como “¡por qué no me has dicho nada… siempre haces lo mismo!”. La primera de las expresiones utilizables es demostrar que se está dispuesto a pesar de las diferencias manifiestas, a escuchar y buscar una respuesta de consenso buscando posibles soluciones. Resolver un conflicto de manera sosegada es lo normal en personas responsables y que cuidan el buen nivel de relación en el ámbito de trabajo.

Steve Parton, un autor y estudioso de la naturaleza humana, explica cómo quejarse no sólo altera el cerebro para peor, sino que también tiene graves repercusiones negativas para la salud mental. De hecho, llega a decir que la queja puede literalmente matar a una persona. Lo que sucede es que de las primeras lecciones que aprenden los estudiantes de neurociencia, es que a lo largo y ancho del cerebro existen una serie de sinapsis (aproximación intercelular entre neuronas) que están produciendo diferentes impulsos nerviosos.

Cada vez que se tiene un pensamiento, una sinapsis dispara un impulso químico hacia otra sinapsis, construyendo así un puente sobre el cual una señal eléctrica puede cruzar. Lo que está produciendo es un paso de información.

Cada vez que se activa esta carga eléctrica, las sinapsis se acercan para disminuir la distancia que la carga eléctrica tiene que cruzar, porque el cerebro cambia y adapta su propio circuito para hacer más fácil y más probable que las sinapsis apropiadas compartan la transmisión química facilitando el desencadenamiento del pensamiento. Es por ello que los pensamientos negativos repetidos hacen que sea más fácil pensar aún más pensamientos negativos. Lo que nos hace concluir que ser insistentes de manera sistemática en la negatividad, empieza a empujar la personalidad hacia lo negativo.

Cuando vemos a alguien experimentando una emoción (ya sea ira, tristeza, felicidad, etc.), nuestro cerebro prueba esa misma emoción para imaginar lo que la otra persona está pasando, y lo hace intentando disparar las mismas sinapsis en su propio cerebro para que pueda tratar de relacionarse con la emoción que está observando. Esto es básicamente la empatía. Ponerse en el lugar del otro y sentir las mismas emociones.

En cuanto a los sentimientos que provocan en la otra persona nuestra forma de actuar empática, se está generando una sinapsis también positiva que hace que dicha relación interpersonal se acelere y busque puntos de encuentro y no de desacuerdo. Por eso el líder efectivo neutralizará y aún de manera más contundente, tratará de eliminar de raíz todo vestigio de conductas que no sólo carezcan de empatía, sino que puedan dar lugar a que el enojo y la ira afloren y se descontrolen.

Artículo coordinado por José Luis Zunni director de ecofin.es en colaboración con Salvador Molina presidente de ECOFIN, Javier Espina Hellín miembro de ECOFIN Business Schools Group, y Ximo Salas, miembro del ECOFIN Management & Leadership de ECOFIN.

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