¿Se puede aprender a ser feliz?

Benjamin Franklin decía: “La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días”. En cambio Jean Paul Sartre afirmaba con su habitual agudeza que “la felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace”.

felicidad zunni foto

A lo largo de la historia de la humanidad, el hombre siempre se ha enfrentado en la literatura, filosofía e incluso en la ciencia, a dos objetivos que le ha provocado auténticos quebraderos de cabeza: la inmortalidad y la felicidad. Ahora bien, en el ámbito de las empresas, no tiene sentido debatir sobre la primera de las grandes incógnitas, aunque sobre la felicidad, cada vez tiene más relevancia en los últimos diez años, este proceso que se viene forjando sobre la humanización de las organizaciones. Porque entiéndase: a más sensibilidad y empatía, mejores condiciones para que las personas sean felices.

Nos guste o no, en los espacios de trabajo compartimos un tercio de nuestras vidas, por lo que cualquier mejora en nuestra relación con el entorno (elementos materiales) y con el resto de personas, puede aumentar de manera significativa nuestra felicidad. Esto implica quizás un pequeño cambio, nada más ni nada menos, en la distribución del espacio que se comparte con otras personas. Aquello de que lo “pequeño es hermoso”, se adapta perfectamente a nuestro objetivo de hoy, de demostrar que las personas pueden lograr grandes cambios en sus emociones, en este caso en sentido positivo, cuidando y preocupándose por pequeñas acciones y también pensamientos que condicionan nuestro día a día.

Esto se demuestra en un nuevo estudio de “Global Coworking Unconference Conference” (Conferencia Informal sobre Colaboracionismo Global), que es una reunión de alcance mundial sobre las comunidades de trabajo (cooperativo, colaboracionismo, etc.), que llevó a cabo una encuesta de 700 trabajadores que trabajaban en alguna forma de trabajo colaborativo, a lo largo de Estados Unidos. El estudio profundizó en los beneficios emocionales del colaboracionismo profesional, cuyos datos revelan el impacto de los espacios compartidos, tales como:

– El 84% de los encuestados afirmó que se sentían más comprometidos y motivados a trabajar en alguna forma de comunidad o colaboración.
– El 89% manifestaron que de esta manera se sentían más felices.
– El 83% afirmó que el sentimiento que les afloraba era estar menos solos.
– El 78% sostenían que trabajar en comunidad de intereses (cualquier forma de trabajo, compartiendo espacio y colaboración) les hacía mantenerse sanos mentalmente.

Los resultados fueron una sorpresa, incluso para los investigadores, teniendo en cuenta que la investigación se centró en las diferentes formas de coworking, el aspecto social de las relaciones y el aprendizaje mediante el trabajo en colaboración. Los autores de la investigación sostienen que los números, son una buena descripción de la vida diaria, en la que simples cambios en la rutina o incluso la ubicación física del lugar de trabajo, pueden tener un impacto enorme en el nivel de felicidad.

Las conclusiones deben ser un recordatorio de que en vez de hacernos una crítica exagerada a nosotros mismos (demostrando nuestro disgusto por algo que no hemos podido realizar o alcanzar), es conveniente detenerse en aquellos aspectos menores –incluso aunque no se consideren importantes-, para sentir la importancia simplemente de que estamos vivos e introducir felicidad en nuestras vidas. No son los grandes logros los que permiten a una persona ser feliz, sino la sucesión de pequeños momentos y cosas a lo largo de su vida, que le van marcando ese nivel de felicidad óptimo que da mejor calidad de vida.

Con frecuencia ocurre, que las respuestas a las preguntas más difíciles, pueden encontrarse en ejemplos de la vida real realmente sencillos. Por ejemplo, con la capacidad tecnológica de hoy día, en la que una persona es en sí misma una “oficina ambulante”, se observa en un viaje en AVE o en una cafetería, personas que comparten espacio con otras desconocidas, sólo levantan la vista de vez en cuando para mirar en derredor, pero continúan con su lectura o redacción de un informe, sabiendo que ese espacio que está compartiendo es de un trabajo en comunidad, aunque no participativa porque son todos extraños. Pero sí evita que se sientan solas y comparten en silencio la sensación de estar acompañados, al mismo tiempo de que están aprovechando las horas, cumpliendo con sus responsabilidades, etc.

Pero hay más: cualquiera de ellas se sienten junto a esas personas, como que se está dando a sí misma su dosis de consideración e importancia que no le hace odiar su trabajo, por el contrario, agradecer lo que está haciendo y sentirse feliz. Que justamente comparte con el resto de personas que el esfuerzo y sacrificio que está haciendo para cumplir con sus obligaciones, hay muchas otras que también lo están haciendo, por lo que no debe inhibirle de disfrutar de lo que hace a pesar de la cantidad de horas que dedica. En este caso, todas las personas del vagón del AVE tendrían que estar deprimidas y amargadas, cuando en realidad, la mayoría tiene algún tipo de motivación para seguir dando todo de sí, factor éste esencial para contar con un mínimo de felicidad.

Gente motivada es gente feliz, la motivación hay que impulsarla desde el liderazgo efectivo. Consecuentemente, cuando el líder motiva a sus equipos, las personas están abiertas a sentir satisfacción a pesar del compromiso y responsabilidad asumidos. Compromiso es la respuesta a la motivación, mientras que la felicidad es nuestra auto-respuesta a cada una de las acciones que realizamos y que estamos satisfechos por hacerlas.

¿Cómo ser más feliz?
Una nueva investigación llevada a cabo por Melanie Rudd, Jennifer Aaker y Michael Norton de las escuelas de negocio de Stanford y Harvard, pone de manifiesto que se logra un mejor bienestar con pequeñas acciones que tengamos bien definidas y que realizamos a diario, en vez con grandes metas a largo plazo.

Ocurre con frecuencia, la vida ajetreada y convulsa de importantes ejecutivos y líderes empresariales, les obliga a sentarse en el diván a fin de poner orden a sus ideas, erradicar sus angustias y tratar de ser ayudados por un terapeuta profesional para ver si la perspectiva que están teniendo de su vida, les está martirizando y eliminando todo vestigio de felicidad. Estas personalidades importantes, con grandes responsabilidades y que son considerados activos muy valiosos de las organizaciones, son en realidad mucho más frágiles de lo que imaginamos, por la simple razón de que en su día a día no encuentran un espacio para la calma personal, la reflexión y aún menos la felicidad.

Los investigadores de Stanford y Harvard no pretendían encontrar respuestas a dilemas filosóficos, ni tampoco resolver problemas psicológicos graves, pero sí aportar un enfoque que esté más cerca y sea más fácil de por las personas, en aras de mejorar su nivel de felicidad, o también, de lograr alguna cuota de felicidad cuando esas personas creen no sentirse felices de ninguna manera en el trabajo.

La serie de investigaciones se basó en cuatro experimentos, cuya finalidad era hacer más felices a los demás o incluso, simplemente hacerlos sonreír. Al mismo tiempo se quiso evaluar cuál de las dos acciones, hacer más feliz o provocar una sonrisa, tenían un mayor impacto en la propia felicidad de la persona que la ejercía.

Lo que los investigadores encontraron es que las personas en general, tienen como pensamiento principal, que hacer feliz a otra persona a su vez mejorará su propio bienestar. Pero llegaron las sorpresas, como casi siempre ocurre en cualquier investigación: los participantes asignados al objetivo de hacer sonreír a alguien reportaron un mayor aumento en la felicidad que aquellos cuyo objetivo era hacer feliz a alguien. Este efecto se vio impulsado por el tamaño de la brecha entre las expectativas y la realidad. Los esfuerzos de los asignados para hacer feliz a alguien estuvieron a la altura de las expectativas, aunque su cuota de felicidad personal fue menor. En cambio los esfuerzos de aquellos asignados para hacer sonreír a alguien, las expectativas coincidieron con el aumento de su felicidad.

La importancia del estudio radica en que, no sólo las pequeñas acciones concretas pueden aumentar más la felicidad, sino que también muestra que las personas se les puede enseñar este hecho para ayudar a maximizar su bienestar.

Nos parece relevante esta descripción que los investigadores hacen en sus conclusiones: “A pesar de que la investigación existente ha identificado numerosos factores predictivos de la felicidad de las personas y el bienestar, la mayoría de estos factores representan aspectos relativamente estables de la vida de un individuo, como el entorno cultural en el que uno reside y datos demográficos como la edad, educación, clase social, estado civil y religión”.

Artículo realizado por: Salvador Molina, presidente de ECOFIN, José Luis Zunni, director de ecofin.es, y Eduardo Rebollada Casado miembro del blog de Management & Leadership de ECOFIN.

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